Parece una niña. Es una niña. Dicen que tiene 15 años. Aparenta doce. Mide un metro cuarenta y dos centímetros. Pesa 33 kilos. Es una gimnasta del equipo chino que ha ganado la medalla de oro en las Olimpiadas de Pekín, Beijing o como leches se diga ahora. Virguerías en asimétricas. Mientras la veía actuar en una retransmisión de la televisión me dio por pensar. ¡Cuántas horas de entrenamiento¡ ¿Siete, ocho diarias? ¿Y para qué? Para que le den una medalla, se escuche el himno de su país y China pueda vender al mundo una imagen de una sociedad perfecta y sana. Pensé en esa niña que ha pasado su infancia en un gimnasio en lugar de dedicarse a estudiar y a jugar,
que es lo que deben hacer los niños a esa edad . Pensé en los orfanatos chinos llenos de niñas abandonadas, porque tener una hija, para muchas familias chinas, es una desgracia. Pensé en la comentarista que hablaba de piruetas, acrobacias, diagonales y otras chorradas técnicas y estadísticas, ajena a todo lo demás. Pensé en la hipocresía de una sociedad que se calla ante semejantes barbaridades y en esos periodistas que nos hablan de los valores de los juegos olímpicos, del barón de Coubertin y de la madre que lo parió. Pensé en los deportistas españoles con nombres tan nuestros como Nina Zhivanevskaya Ilichiova, Aschwin Wildeboer, He Zhi Wen o Alemayehu Bezabeh Desta. Pensé en la mierda que se meten en el cuerpo muchos deportistas para arañar una centésima de segundo al cronómetro. Por pensar en esas y otras cosas, apagué el televisor. Que se metan los Juegos Olímpicos donde les quepan.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario