“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

jueves, 27 de noviembre de 2008

De collares y de perros

Tengo por norma no contestar a los anónimos. Nunca. Esa chusma que aprovecha la oscuridad de la noche, la impunidad de un nick en un foro, o cualquier otro método, para ofender a personas con nombre y apellidos, ocultando los suyos, solamente merece mi desprecio.
El pasado día 10 de julio, un lector de Montalbán, Ramón Biel, escribía en esta sección una carta en la que me llamaba empalagoso. A don Ramón, mis escritos no le gustan y lo manifiesta públicamente. Yo le he contestado también públicamente. Desde que decidí enviar cartas al Diario de Teruel, he recibido felicitaciones de mucha gente, críticas amables y otras despiadadas. Lo normal en una sociedad plural y libre. La libertad de expresión. Dando la cara.
La publicación de la carta de don Ramón, ha servido para que uno o unos hijos de sus madre- como no dan sus nombres, no se puede saber si es uno que se repite o varios - aprovechen un foro de Internet para verter todo tipo de insultos e insidias sobre mí. El anonimato tras el que se escudan, les permite mentir, acusar, cubrirme de mierda, sin tener que dar explicaciones, someterse a juicio público ni atenerse a las posibles consecuencias legales que sus acciones podrían tener en una sociedad democrática. Nada de eso les afecta. Impunidad total.
Por esos extraños mecanismos que tiene nuestro cerebro para conectar unas cosas con otras, el comportamiento de este o estos miserables, me ha hecho pensar en los delatores, esos siniestros personajes que a partir del año 36, daban nombres a las “autoridades” para que confeccionaran las listas de convecinos que serían fusilados al amanecer. A unos se les acusaba de no ir a misa, a otros de ser beatos- dependiendo del bando en que militaba cada uno- y a ninguno se le daba la posibilidad de defenderse ni de enfrentarse al delator; éste tiraba la piedra y escondía la mano. Siempre agazapado en la sombra, hábitat natural de los cobardes.
Hoy, las nuevas tecnologías permiten que los cobardes delaten a sus vecinos con todavía mayor impunidad que en el pasado. Basta un ordenador y un nick. Ya ven, distintos collares pero siempre los mismos perros. Seguiré sin contestar a los anónimos.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado

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