Metro de Madrid, 12:30. Vagón lleno. Casi todos los pasajeros con el móvil en la mano. Los sentados y los que están de pie. Y una excepción: una niña, de siete u ocho años que sentada frente a mí lee un libro con la portada en inglés. No está todo perdido, me digo. La observo maravillado. Frente a ella, su padre tecleando en el teléfono. Seguro que esta niña llegará lejos, pienso. Está disfrutando de la lectura en lugar de mirar monigotes animados en una pantalla. Me extraña que no pase las páginas con el dedo, pero tal vez relea una y otra vez un pasaje que le gusta mucho. No levanta la mirada cuando el metro para en las estaciones y la gente sube y baja. ¡Qué concentración! Absorta en la lectura. De vez en cuando, su padre le dice algo. Ella levanta la vista unos segundos y vuelve al libro. Tan joven y enganchada a la lectura en papel. Y en inglés. Vergüenza debería darles a todos los pasajeros pegados a la maldita pantalla. Dicen que los niños aprenden de los mayores, pero deberían ser los mayores quienes deberían aprender de esta niña. Próxima estación, Tirso de Molina, anuncian por megafonía. El padre golpea ligeramente el hombro de la niña. Ella lo mira y reposa el libro en el regazo. Y aparece el móvil escondido entre las páginas. Y los monigotes. Para el tren. Se abren las puertas. Padre e hija se bajan cogidos de la mano. En la otra mano, el padre lleva el móvil. Y la niña, el libro en inglés cerrado. Con el teléfono escondido entre sus páginas. OMG.
Evaristo Torres Olivas