Los drones reparten medicamentos por los pueblos. El aeropuerto de Teruel, vanguardia de la aeronáutica estratosférica. Cirugía robótica remota. Podemos hablar y ver por internet a un amigo que vive en Pekín o en Tegucigalpa. Estamos a punto de conseguir que un mono conduzca un autobús y de implantar chips y cámaras en la cabeza de ratas para poder detectar atascos en las alcantarillas. Bomberos y Guardia Civil rescatan vivo a un perro que cayó al fondo de una sima de 50 metros. Y mil avances más. Lo que no hemos conseguido todavía es que una mujer con movilidad reducida pueda hacerse una citología, una ecografía o una revisión ginecológica en un hospital o un consultorio de Teruel. Desoladora la columna de doña Elena Gómez en Diario de Teruel del pasado día 14 de noviembre. Nos habla de “camilla/potro de tortura”, de que “los consultorios están diseñados para cuerpos que caminan, se inclinan, se suben y se bajan sin ayuda”, “para el sistema, soy una paciente imposible, una mujer con menos derechos”, “la comunidad médica sigue creyendo que las mujeres con discapacidad no somos mujeres completas”. Concluye diciendo que “la salud no puede ser un privilegio reservado a los cuerpos normativos”. Si a nuestros políticos no se les cae la cara de vergüenza después de leer el texto de Elena es que padecen el efecto o sesgo de Dunning-Kruger y se creen más competentes de lo que realmente son. De seguir por este camino, propondrán que en todos los hospitales y centros de salud se eliminen rampas de acceso, ascensores y camillas. De esa manera, se reducirán los gastos sanitarios. Quien no pueda subir escaleras o tumbarse en una cama por sí solo, no merece la pena ser atendido. Con esos ahorros, se podrá enseñar a monos a pilotar aviones y a renovar la flota de coches oficiales. ¿Para qué gastarse el dinero en arreglar el intermitente de un vehículo de diez años si lo más probable es que habría que cambiarle la pila del mando a distancia y reparar una abolladura en una lateral? ¡Qué pena que nuestros dirigentes no sean capaces de reconocer su propia incompetencia!
Evaristo Torres Olivas

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