Dos hechos recientes me han vuelto a demostrar cuán lejos estamos de la igualdad entre hombres y mujeres. El primero es un artículo en un periódico escrito por una mujer periodista. Hablando de la sanidad pública expresa el deseo de que “se cubran los déficits tanto en enfermeras como en médicos”. Sí, enfermeras y médicos y no enfermeros y médicas. Da por hecho que la mayoría del personal de enfermería son mujeres y hombres los del colectivo médico. La realidad es que tanto en un caso como en el otro las mujeres son mayoría y si se emplea el femenino para las enfermeras también debería hacerlo para las médicas. El segundo hecho ha sido la victoria de nuestro tenista Rafael Nadal en Roland Garros. Gran jugador y pésima imagen cuando saca: sus tics son impresentables. Se rasca primero el trasero, después la entrepierna y finalmente se pasa la mano por la nariz. No una vez sino decenas de veces a lo largo del partido. Lo lleva haciendo desde siempre sin recibir apenas reproches. Dicen que es para concentrarse. ¿Se imaginan que eso mismo lo hiciera una mujer tenista? Que se rascara el trasero, la entrepierna y se colocara los pechos con las dos manos antes de cada saque. Estoy seguro de que no faltarían las críticas, los calificativos de vulgar, de poco femenina y otros comentarios despectivos. Y es que los hombres han de ser bien rudos y vulgares y las mujeres refinadas y con buenos modales. Por ese motivo los chicos se espatarran cuando se sientan en el metro y las chicas juntan las piernas o las cruzan. Manspreading lo llaman en inglés. El despatarre es cosa de hombres, como el brandy de un anuncio de hace muchos años. La igualdad no se consigue con el abuso del lenguaje inclusivo de miembros y miembras, o colocar el símbolo de la arroba (chic@s, gat@s, ministr@s) que lo único que consiguen es destrozar el idioma. La igualdad se alcanza con el respeto y no poner en femenino los puestos que se consideran de inferior categoría y en masculino los que se creen más importantes: limpiadora e ingeniero o secretaria y director. Y que ni hombres ni mujeres se rasquen el culo y la entrepierna antes de darle un raquetazo a una pelota de tenis.
Evaristo Torres Olivas
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