Otra de las obsesiones de mi madre cuando vivíamos en Canadá, además de llevarme hecho un pincel con camisas blancas y pantalones de tergal, era la de comer como Dios manda, según sus palabras. Y Dios mandaba que se comiera lentejas con arroz, garbanzos, pollo guisado, estofado de carne y paella los domingos. De postre, fruta fresca y, en cumpleaños y ocasiones especiales, bizcocho o flan caseros. Para beber, agua del grifo. Algo muy diferente de lo que comían mis amigos canadienses cuando alguna vez me invitaban: pizza, pollo Kentucky y hamburguesas de McDonald´s. Coca-Cola y Seven Up. Marranadas, sentenciaba mi madre cuando se lo contaba. Muchos años más tarde, cuando las cadenas de comida rápida se establecieron en España, mi madre que ya vivía en Teruel seguía en sus trece: que la comida rápida es una porquería. Yo, por el contrario, hasta fechas no muy lejanas, me atiborré de todo lo que a mi madre le repugnaba, seguramente como consecuencia de las privaciones de mi infancia, de la manía de mi madre de obligarme a comer pollo guisado con verduras en lugar del suculento pollo frito Kentucky con patatas fritas para chuparse los dedos o una deliciosa pizza de cuatro quesos y dos latas de Coca-Cola, la chispa de la vida. Yo creo que el fallo de mi madre y de otras muchas madres estaba en que no sabían hacer buena publicidad de sus productos. Mientras las grandes marcas de comida y bebida nos engatusaban con frases como “el secreto está en la masa”, “destapa la felicidad”, “¡A que no puedes comer solo una!, “despierta a la vida” o “con el cariño de siempre”, en casa nos decían otras que, en lugar de hacernos felices, nos atemorizaban: “Cómete las lentejas o te quedas una semana sin tele”, “no me hagas quitarme la alpargata, termina los garbanzos”. Además, la comida rápida tenía una ventaja muy grande: llamabas por teléfono y te la traían a casa en menos de media hora, mientras que la comida de la madre había que ir al mercado, cargar con las bolsas, pasarte horas en la cocina y llenarlo todo de grasas y olores raros. Noto que me hago viejo porque ahora prefiero el pollo guisado al estilo de mi madre antes que las hamburguesas de McPollo.
Evaristo Torres Olivas

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