Evaristo Torres Olivas
viernes, 4 de octubre de 2019
El nacimiento de Teruel
Voy a contarles un cuento. Me lo ha inspirado un artículo
reciente de José Ángel Biel, “un grande del autogobierno aragonés y uno de los
políticos que más y mejor ha trabajado por Teruel” según Javier Lambán, otro
que también se cree grande y comprometido con Teruel. El señor Biel es, no lo
olvidemos, el padre de la Teoría del clavico del abanico y del Principio de
moler gordo. Aquí va el cuento: Teruel no existía, al igual que Shambhala, La
Atlántida, Avalon o El Dorado. Hasta que en el año 1978 Aragón accedió al
autogobierno y parió a Teruel. Pero a pesar de lo bonito que era, un lugar
único en el mundo, con servicios, empresas y actividades, la gente, que es muy
desagradecida, seguía abandonando los pueblos para acudir a la llamada de la
gran ciudad, esa selva inhóspita llena de peligros. Los padres fundadores
achacaban esta desbandada a las ventajas de la mejora de las comunicaciones,
aunque los trenes de Teruel corrían menos que los de juguete de Geyper. Y,
además, decían, los trenes suelen ser de ida, pero no siempre de vuelta;
seguramente porque no les entraba la marcha atrás. También culpaban del vaciado de la provincia a
los descerebrados que trabajaban en Teruel y vivían en Zaragoza, y a los
alcaldes que no vivían en su pueblo y lo teledirigían con el móvil desde vaya
usted a saber dónde. Los padres fundadores recurrían a citas de El Quijote para
explicarnos, al igual que hacía el entrenador van Gaal, que no hay que ser
siempre “negatifo” y que hay que ser “positifo”. Y en Teruel había razones más
que suficientes para ser positivos: no tenían tren, ni hospitales en
condiciones, pero sí una capital con una Plaza del Torico remodelada e
iluminada con unos leds que costaron un riñón y que hubo que retirar porque no
funcionaban. Los turolenses, podían comprar el pan en las tiendas del barrio o
en el multiservicio del pueblo sin tener que recurrir a Amazon o a fabricarlo
con una impresora 3D. Las Bodas de
Isabel y la Vaquilla hacían que las calles de la capital se asemejaran a las de
Hawái y Bombay, que son dos paraísos como sentenciaron los de Mecano. Y todos
los pueblos tenían sus fiestas que los llenaban en el mes de agosto con los
hijos de la diáspora. Finalmente, como no había manera de detener la despoblación,
y para que Teruel siguiera existiendo, Lambán y otros dirigentes que más y mejor
han trabajado por Teruel decidieron regalar unas gafas de realidad virtual a
los pocos que se quedaban en los pueblos. Con ellas, sus pueblos desiertos se
parecían a la calle Preciados de Madrid en vísperas de Reyes. Y fueron muy
felices. Y colorín, colorado…
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Sin pelos en la lengua
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1 comentario:
Toy de acuerdi muchi cabrin chupando
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