Evaristo Torres Olivas
miércoles, 5 de junio de 2019
Los sueños y la realidad
Yo tuve un sueño, como Martin Luther King: donaba 300
millones de euros— renunciando a todas las desgravaciones que me pudieran
corresponder— al Gobierno de Aragón para que en la provincia en la que nací y
en la que vivo, Teruel, se construyeran dos hospitales modernos, uno en la
capital y otro en Alcañiz, bien equipados, en los que no faltaran dermatólogos
ni otorrinolaringólogos. Tampoco reumatólogos, ginecólogos y televisores de 55
pulgadas, con cascos y Bluetooth para todos los enfermos, todo gratis. Y payasos
para entretener a los niños ingresados. Lo hacía anónimamente por lo de no
dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha. Lo dice la Biblia y lo
que dice la Biblia va a misa. Es de mal gusto ir pregonando que has dado dinero
para una buena causa. Pero cuando estaba a punto de firmar la transferencia de
los millones, apareció en el sueño un ente, lo que el diccionario define como
persona extraña o ridícula, que se identificó como asesor fiscal, y me convenció
de que no actuara como un merluzo. No solamente me desgravé un tercio de la
donación sino que, al hacerlo público, las ventas de mi empresa aumentaron un
25 por ciento. Si hubiera tenido que conseguir lo mismo con publicidad, me
habría gastado el doble. En resumen, doné 300 millones de euros y me rindieron
1 000 millones. Y el reconocimiento de la mayoría de los ciudadanos, que
creyeron que era un benefactor, un hombre con un corazón enorme, un empresario
que comparte su dinero con sus paisanos. Un bien nacido y agradecido. Al
despertar, la decepción fue enorme: en mi cartilla solamente había doscientos
euros y los hospitales de Teruel y de Alcañiz seguían siendo una promesa en
boca de los políticos. Faltaban dermatólogos, reumatólogos, ginecólogos y otras
especialidades terminadas en logos. Desayuné y, como era domingo, me acosté de
nuevo, para ver si volvía a soñar que hacía otra donación multimillonaria, esta
vez para hacer carreteras y vías de tren. Pensé, mientras me dormía, que poco a
poco, sueño tras sueño, mi provincia, Teruel, tendría de todo: hospitales,
trenes, museos, centros de investigación y puerto de mar. Una provincia de
ensueño. Y cuanto más donara, más me forraría yo. Como Amancio Ortega. Él de
verdad y yo en sueños.
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Sin pelos en la lengua
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