La felicidad de las pequeñas cosas podría llamar al placer que me proporciona leer las columnas de Irene Vallejo todos los lunes en Heraldo de Aragón. Con una escritura sencilla, sin pedantería y con mucha sabiduría, doña Irene nos ilustra sobre el mundo antiguo y lo relaciona con el actual. Deberían poner sus columnas en los exámenes de la EBAU, además de los de Pilar Rahola. En una reciente, titulada Lotería política, escribía que el tiempo les enseñó a los griegos “que ciertos puestos no pueden confiarse a la suerte, pues requieren formación y experiencia”. A algunos dirigentes políticos les vendría bien leer a la señora Vallejo antes de tomar decisiones precipitadas. ¿Se imaginan a un fontanero como seleccionador del equipo nacional de baloncesto? ¿A una psicóloga sin experiencia como presidenta del CSIC? ¿A una filósofa con apenas recorrido laboral para dirigir la factoría de la Opel de Zaragoza? De ninguna manera. Se trata de puestos para los que se requieren conocimientos y amplia experiencia. Sin embargo, para dirigir el ayuntamiento de la capital de un país o presidir una comunidad autónoma, algunos creen que sirve cualquiera. Se podría incluso hacer por sorteo, como se hace para elegir a los presidentes y los vocales de las mesas electorales. O mejor todavía, por simple designación a dedo de quien manda en la organización, sutilmente disfrazada de primarias, que es como lo hacen “democráticamente” los partidos, tanto los que tienen siglo y medio de antigüedad como los creados hace cuatro días. Con ese método, se nombra a un entrenador de baloncesto para la alcaldía de Madrid, a una filósofa sin experiencia laboral para presidenta de la Comunidad de Madrid y a otra para presidenta de Aragón. Y, tal vez, dentro de unos días, si Pablo Iglesias convence a Pedro Sánchez, tendremos a una psicóloga neófita de responsable de un ministerio social. La primera decisión que tomarían estos inexpertos sería nombrar a asesores expertos y asesoras expertas, con muchos conocimientos en economía, derecho, urbanismo y al menos quince años de experiencia. Para suplir sus carencias. Pagado con dinero público. Todo esto se podría evitar si los entrenadores de baloncesto, los filósofos y psicólogos noveles y los jefes de sus partidos leyeran las columnas de Irene Vallejo.
Evaristo Torres Olivas
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