Lo que no se nombra no existe es una expresión muy utilizada. De ahí que muchas organizaciones de mujeres y algunos partidos políticos reivindiquen el lenguaje inclusivo y no sexista y rechacen la aceptación del masculino como género no marcado. En teoría tiene mucho sentido, pero en la práctica es agotador. Un texto escrito que empiece con nos hemos reunido todos y todas, los miembros y miembras de la academia para rendir homenaje a los premiados y premiadas… es insufrible. La solución tod@s, miembr@s, premiad@s o todxs, miembrxs y premiadxs es todavía peor. Confieso que me cuesta mucho interesarme por un texto o un discurso de ese tipo. En algunos casos hay soluciones sencillas como decir el alumnado, la dirección, los derechos humanos o de las personas en lugar de los alumnos, los directores, los derechos del hombre, pero no siempre es posible. Algo que me llama mucho la atención es escuchar a dirigentes, portavoces y militantes de partidos de la izquierda que empiezan sus discursos con señoras y señores, todos y todas, para a continuación exigir la subida de impuestos a los ricos (y no a los ricos y ricas). ¿Será que excluyen a Patricia Botín, a las Koplowitz y a las duquesas y marquesas de Alba, de Franco o de cualquier otro sitio? Son las mismas personas que en el 15M gritaban que no había pan para tanto chorizo (en lugar de tanto chorizo y choriza). También me llama la atención el uso del genérico que hacen algunas en los casos en los que no es adecuado. El domingo día 3 de febrero leía la columna de M. Cruz Aguilar, Ser de pueblo, en la que narra la ventaja sobre los urbanitas que tenemos quienes “hemos crecido en un pueblo [porque] hemos visto partos de ovejas, de gatos y de perros”. Yo soy de pueblo y he visto algunos partos de ovejas, vacas, yeguas, cerdas, perras y gatas, pero ninguno de toro, caballo, perro o gato. En resumen: no es fácil acertar; lo que no se nombra no existe puede ser cierto, pero a veces también se nombra lo que no solamente no puede ser sino que además es imposible, pensamiento profundo que unos atribuyen al matador de toros (y no de vacas) Guerrita y otros al también torero Rafael Gómez Ortega, El Gallo (y no La Gallina, y menos aún El Gallina).
Evaristo Torres Olivas
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