Evaristo Torres Olivas
jueves, 3 de enero de 2019
El pensamiento y la carne
Cada persona tiene sus opiniones, afortunadamente. Pretender
que todos tengamos las mismas es peligroso y se acercaría mucho al lavado de
cerebro. Sin embargo, hay gente que está convencida de que sus opiniones han de
ser compartidas por todos y las expresan como si de dogmas se tratase. Javier
Arnal es una de esas personas. En su columna, Navidades de 2018, del pasado 26
de diciembre en Diario de Teruel, hace afirmaciones contundentes que son solo
opiniones que no resisten la prueba del algodón. “La Navidad es el periodo de
tiempo más esperado del año” es la primera frase del artículo. Mentira. Lo será
para algunas personas; para otras serán las vacaciones de verano o las fiestas
de su pueblo. Prosigue diciendo que las manifestaciones religiosas son el eje
principal de esa espera. Mentira de nuevo. Lo será para algunas personas; para otras será quedarse en casa viendo la
tele, bailar y beber hasta el agotamiento, viajar, aprovechar para leer, estar
con los amigos y asistir a algún
espectáculo. “Proliferan las Belenes—salvo en la Moncloa, así es Pedro Sánchez—”,
sentencia más adelante. Tampoco es verdad, ya que si bien es cierto que en
muchas casas se colocan belenes, en otras muchas, no. Y yo, que no voto ni
votaré a Pedro Sánchez, considero que es un acierto no colocar un belén ni un
puño y una rosa ni una bandera republicana en la sede del Gobierno, que lo haga
en la privacidad de su casa si así lo estima. Pero la afirmación más
contundente, y más desafortunada, en mi opinión, es esta: “Y también son
esperadas estas fechas por la paga extraordinaria, que sirve un poco para
pensar en quienes no la cobran ni tienen recursos económicos”. La perversidad
de esa declaración está en el verbo pensar. Si en lugar de decir pensar hubiera
dicho ayudar a, compartir con, auxiliar, tal vez habríamos podido apreciar un poco de
humanidad y sensibilidad en esas palabras. Pero si para don Javier, lo único
que consigue la paga extra es pensar en los pobres, me parece una inmoralidad,
la misma que si al disfrutar de una casa de doscientos metros con buena
calefacción nos hace pensar en los que viven en la calle y pasan frío o si al
comernos un chuletón de un kilo pensamos en los que se mueren de hambre. Es poco
probable que el pensamiento, la palabra y el verbo se hagan carne. Podría haber
dicho imposible, pero no quiero caer en el dogmatismo del señor Arnal.
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Sin pelos en la lengua
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