Me pongo a temblar cada vez que oigo a los políticos decir que quieren regular la libertad de expresión. Se me encienden todos los pilotos rojos de peligro. La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, pronunció unas palabras hace unos días que ponen los pelos de punta. Arremete la señora Calvo contra los medios de comunicación por difundir noticias falsas, bulos, posverdades y mentiras. Y propone regularlo porque “el destrozo son los derechos del otro, en algunos casos irreparables, porque los derechos que se sustancian sobre la base del honor, la imagen pública, la credibilidad de cada uno de nosotros no se restauran nunca”. Es cierto que los medios tienen alguna responsabilidad, pero la misma o más tienen los políticos. Los políticos son los campeones en difundir fake news mucho antes de que el término se inventara. Desde los ochocientos mil puestos de trabajo y el no a la OTAN de Felipe González, hasta las armas de destrucción masiva en Irak de Aznar. Y también han sido campeones en poner a su servicio a todos los medios públicos y a muchos privados. Imaginemos por un momento que fueran verdad todas las bolas y trolas que han pronunciado los políticos en Teruel en los últimos quince años. Tendríamos un flamante hospital, trenes de primera, corredor Cantábrico-Mediterráneo y Transiberiano, autovías a Cuenca, a Madrid y a la Conchinchina, museos etnográficos, de la Guerra Civil y del guiñote y la morra; en lugar de cuatro gatos, seríamos millones porque todos aportaban soluciones para combatir la despoblación en un pispás. Su lema es prometer hasta meter—el morro en las instituciones y asegurarse un buen salario— y una vez metido, olvidar lo prometido. Mucho se queja la vicepresidenta de los periodistas, pero nada dice de que su partido ha elegido como coordinador de campaña para las próximas elecciones a Iván Redondo, spin doctor, embaucador, maestro de la preverdad, la posverdad, la verdad alternativa, la falsa verdad y la mentira verídica, que lo mismo asesora al socialista Sánchez que a los populares García Albiol o Monago. Lo mismo nos vende las bondades del jamón de Teruel que lo echa por tierra si quien le paga es la empresa que produce la mortadela de olivas. Mortadela de olivas virgen extra, propondría el gurú. Y tanto a Redondo como a la vicepresidenta, les importa un pepino destrozar las ilusiones y las expectativas de los ciudadanos que de buena fe se tragan sus mentiras y les votan. La sartén no puede llamar culinegro al cazo.
Evaristo Torres Olivas
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