En 1960, cuando yo tenía cinco años, mi padre, mi madre y yo
emigramos a Francia. Salimos desde el
apeadero de Villarquemado, mi pueblo. No recuerdo si fue en el Chispa, el tren
correo o el automotor. En esas fechas y en otras cercanas, también emigraron a
Francia y a Canadá otros seis hermanos de mis padres. Eran los tiempos de
Franco, de esa dictadura que duró cuarenta años. Hoy, casi sesenta años
después, en el apeadero de Villarquemado no para ningún tren. Ni Chispa, ni
tren correo ni siquiera el Tamagochi. Y llevamos otros cuarenta años de
democracia, la mitad con gobiernos del PSOE. De todos los hermanos de mis
padres que emigraron, solo uno retornó y se dedicó a la agricultura en el
pueblo. Todos los demás, o regresaron cuando se jubilaron o nunca más volvieron a su
pueblo. Dos tíos y mi abuela paterna están enterrados en Canadá. Tampoco han
vuelto ninguno de mis primos, ni los hijos de mis primos. Ni siquiera mis
hijas, que trabajan en Madrid. La historia de mi familia es una más entre
muchas en mi pueblo y en toda la provincia de Teruel. De ahí que sienta rabia,
indignación y también tristeza, mucha tristeza, cuando uno de los nuestros, un
turolense, Vicente Guillén, consejero de
Presidencia, desprecia a los suyos, a las 40 000 o 14 000 (de la manipulación
de las cifras hablaremos otros día) personas que se manifestaron el pasado día
6 en Zaragoza bajo el lema de Salvemos
Teruel. En una comparecencia de prensa,
llamó a los que se manifestaron “movimientos románticos o regeneracionistas”,
y lo hizo con un tono chulesco, prepotente. Quiso engañarnos con un
batiburrillo de proyectos, más de 850, que no se entendían por su exposición
confusa y desordenada— es portavoz del Gobierno aragonés— y exhibiendo un mapa
que parecía pintarrajeado por escolares de cuatro años. Sus declaraciones sobre
los hospitales de Teruel y Alcañiz son un ejercicio de cinismo. Y todavía se
atreve a afirmar que “Teruel es una tierra de oportunidades”. Las que yo he
tenido, las que tuvieron y tienen mis padres, mis tíos, mis hijas, mis primos y
miles de turolenses. Con 40 años de franquismo y otros cuarenta de democracia.
Si tuviera el poder de convocatoria que tienen los organizadores de la gran
manifestación del día 6, pediría el cese de Vicente Guillén. No sería una
petición romántica y sí regeneracionista. Para regenerar la política. Para
apartar a los elementos indeseables.
Evaristo Torres Olivas
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