Contraportada de la revista XLSEMANAL: fotografía de una
mujer mayor que sostiene entre los dedos una tarjeta Mastercard. Debajo de la
foto, el siguiente texto: “Dedicar tiempo a lo que realmente importa.
Priceless. Gana segundos pagando con contactless de Mastercard, la manera más
rápida y sencilla de comprar”. En la misma revista, en un reportaje sobre un
foro de empleo, se presenta a una de las ponentes: Rocío Valenzuela, product
manager de la start-up HRider. Son solo
dos ejemplos de los muchos que aparecen en esa revista. Y en la mayoría de las
revistas españolas. ¿Qué sentido tiene anunciar en España una tarjeta de
crédito mezclando el español con el inglés? ¿Por qué denominar en inglés un
puesto de trabajo en España? ¿Acaso priceless añade algo a decir que no tiene
precio? ¿Un product manager es mejor que un responsable de producto? ¿Una
start-up es algo diferente a una empresa emergente? La puñetera publicidad,
dominada por las agencias americanas, ha conseguido contaminar nuestra lengua e
incrustar en nuestras mentes la idea de que cualquier cosa— una nevera, un
coche, una espátula para rascar la pintura de las paredes o unos calzoncillos— es de mejor calidad,
y por consiguiente ha de venderse mucho más cara, si la anunciamos con
expresiones en inglés. Aunque ignoremos el significado de esas palabras y ni
siquiera nos molestemos en averiguarlo. Es triste comprobar cómo personas
mayores, muchas de la cuales no tuvieron posibilidad de asistir a la escuela, y mucho menos a la universidad, se expresan en
castellano con mayor corrección que muchos jóvenes que desde los cuatro a los
veinticuatro años no han hecho otra cosa que estudiar. Y también es triste
constatar que quienes más palabras inglesas intercalan en sus conversaciones en
español son quienes peor hablan el inglés. La peña de Ana Botella y su relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor. Los que sueltan espiches en los worshops
que esponsorizan.
Evaristo Torres Olivas
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