(Publicado en Diario de Teruel el 9 de noviembre)
Pelillos a la mar. Todos cometemos errores. Donde dije digo, digo Diego. Si no le gustan mis principios, tengo otros. Todas estas expresiones, modismos y citas me vienen pintiparadas para hablar de Javier Lambán. Después de haber hecho el ridículo en Sevilla predicando que a Susana Díaz “los dioses del socialismo y la política la cubren con un manto poderoso” y que iba a ser “requerida para parar, templar y mandar”; después de decirle a Pedro Sánchez que “se retire y no estorbe”; después de aprovechar cualquier oportunidad para elevar a los altares a santa Susana de Triana y poner como hoja de perejil a Sánchez, Javier Lambán no se sonroja, ni tartamudea, ni le tiemblan las piernas, ni mira al suelo avergonzado cuando le dice a la cara a Pedro Sánchez en el reciente congreso del PSOE de Aragón que se declara “colaborador absolutamente leal para lo que haga falta”. De ser un apestado, un rojo radicalizado vendido a Podemos, el compañero Pedro ha pasado a ser un maravilloso secretario general que lo está haciendo todo muy bien y que va a ser el próximo presidente de España. Javier Lambán se comporta como otros muchos políticos segundones, sin carisma, sin ningún atractivo, sin principios, que a base de adular al que manda, o al que cree que va a mandar, consigue vivir de la política durante décadas. Lo que caracteriza a estas personas es que no se limitan a apoyar u oponerse a una persona, algo sano, razonable y deseable en un partido, siempre que se haga con argumentos, coherencia y respeto. Estos individuos, además de veletas, recurren al histrionismo y la exageración, sin importarles hacer el ridículo. No les basta con decir que apoyan a Susana y no están de acuerdo con Pedro, sino que pregonan hoy a los cuatro vientos que Susana es la elegida por los dioses y Pedro un rojo peligroso y mañana, si conviene a sus intereses, no les importa afirmar lo contrario. Y con decir que todos cometemos errores, zanjan el asunto. Esta formar de proceder les permite a ellos capear el temporal y navegar las olas de la política, aunque a los demás los lleve al naufragio. Peccata minuta, pensará Javier Lambán.
Pelillos a la mar. Todos cometemos errores. Donde dije digo, digo Diego. Si no le gustan mis principios, tengo otros. Todas estas expresiones, modismos y citas me vienen pintiparadas para hablar de Javier Lambán. Después de haber hecho el ridículo en Sevilla predicando que a Susana Díaz “los dioses del socialismo y la política la cubren con un manto poderoso” y que iba a ser “requerida para parar, templar y mandar”; después de decirle a Pedro Sánchez que “se retire y no estorbe”; después de aprovechar cualquier oportunidad para elevar a los altares a santa Susana de Triana y poner como hoja de perejil a Sánchez, Javier Lambán no se sonroja, ni tartamudea, ni le tiemblan las piernas, ni mira al suelo avergonzado cuando le dice a la cara a Pedro Sánchez en el reciente congreso del PSOE de Aragón que se declara “colaborador absolutamente leal para lo que haga falta”. De ser un apestado, un rojo radicalizado vendido a Podemos, el compañero Pedro ha pasado a ser un maravilloso secretario general que lo está haciendo todo muy bien y que va a ser el próximo presidente de España. Javier Lambán se comporta como otros muchos políticos segundones, sin carisma, sin ningún atractivo, sin principios, que a base de adular al que manda, o al que cree que va a mandar, consigue vivir de la política durante décadas. Lo que caracteriza a estas personas es que no se limitan a apoyar u oponerse a una persona, algo sano, razonable y deseable en un partido, siempre que se haga con argumentos, coherencia y respeto. Estos individuos, además de veletas, recurren al histrionismo y la exageración, sin importarles hacer el ridículo. No les basta con decir que apoyan a Susana y no están de acuerdo con Pedro, sino que pregonan hoy a los cuatro vientos que Susana es la elegida por los dioses y Pedro un rojo peligroso y mañana, si conviene a sus intereses, no les importa afirmar lo contrario. Y con decir que todos cometemos errores, zanjan el asunto. Esta formar de proceder les permite a ellos capear el temporal y navegar las olas de la política, aunque a los demás los lleve al naufragio. Peccata minuta, pensará Javier Lambán.
Evaristo Torres Olivas
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