Cuando a uno le entra la tentación de creerse el rey del
mambo o el ombligo del mundo, para bajarte los humos no hay mejor medicina que
enterarse de lo que cuentan algunos a tu espalda, amparados en el anonimato de
internet o creyendo que no te vas a enterar de lo que hacen o cuentan de ti a otros.
Este blog, que se creó hace casi diez años, no ha censurado nunca ningún
comentario, ni los elogiosos, la mayoría, ni tampoco los que me ponen como hoja
de perejil. Entre los amigos y conocidos, casi todos me elogian y me felicitan. Esto, junto
con el creciente número de entradas diarias (en alguna ocasión han llegado a
las ochocientas) y el hecho de que me prohibieran escribir en el Diario de
Teruel (considerarse víctima también contribuye a engrandecer el ego), puede hacerte creer lo que no eres. De ahí la
necesidad de equilibrar las cosas con otras opiniones que te hacen bajar de las
nubes. Internet, ese monstruo cotilla que todo lo sabe y todo lo almacena, me ha hecho descubrir esta semana algunas
cosas importantes. Mirando las palabras clave con las que entra la gente a este
blog me he enterado de que si bien algunos lo hacen tecleando mi nombre, en resumidos cuentos, cuentos cortos o cuentos
resumidos, otros escriben periodista de burdel o mierda seca. También he
descubierto que más de dos docenas de entradas son propias. Si a las propias
añadimos las de los amigos y conocidos, el resultado es que, salvo los picos de
ochocientas entradas que se producen alguna vez, diariamente leen mis chorradas cuatro gatos. Y si envío mis
columnas a algunos foros de WhatsApp o Telegram, también me puedo encontrar con
algún varapalo, como el que me dio hace unos días una persona, esta sí con
nombre y apellidos, que escribió: “Utilizar este canal para endilgarnos tu blog
a las primeras de cambio me parece abusivo”. Deduzco que esas palabras estaban escritas con ánimo de
ofender, porque endilgar significa endosar algo desagradable e impertinente y a
las primeras de cambio significa de buenas a primeras, de golpe y porrazo, a
bocajarro, sin previo aviso. En otra ocasión me envió a la mierda. Todo esto
contribuye a ponerme en mi sitio, según mi interpretación de la ley del
equilibrio de Newton, aplicada a las relaciones personales, que dice, más o menos, que a todo elogio
adulador que te eleve hacia las nubes hay que oponerle una crítica feroz que
te hunda en el abismo y así poder permanecer con los pies en el suelo.
martes, 25 de abril de 2017
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