Los humanos, con nuestra capacidad de hablar, podemos decir
lo que nos dé la gana sobre cualquier cosa, seamos o no seamos expertos en la
materia. No solamente podemos largar sobre lo que nos ocurre a nosotros sino a
cualquiera del reino animal, sea persona o bicho, mamífero o reptil, arborícola
o marino. Cuando las afirmaciones se hacen desde el estudio, siguiendo las
reglas del método científico, es algo positivo ya que nos permite avanzar,
progresar. Pero cuando se hace desde el interés, para justificar lo que atenta
contra todas las reglas racionales y éticas, entonces estamos frente ante un
comportamiento despreciable. Pongamos un ejemplo: muchos defensores de las
corridas de toros argumentan que las banderillas, las puyas y las estocadas que
recibe animal no le producen dolor porque el toro de lidia es una especie rara
que además de tener cuernos, cuatro patas y rabo, no siente dolor. Para
confirmarlo, se apoyan en la tesis doctoral de un biólogo. No importa que haya
otros muchos estudios que concluyan lo contrario. O la simple evidencia:
cualquiera que deliberadamente—hay que ser malvado—o accidentalmente le haya
producido daño a un animal, ya sea perro, gato, vaca, toro o caballo, habrá podido comprobar sus
reacciones, que no son de placer, precisamente. En estos días circula por las
redes este video en el que un torero-rejoneador mexicano, golpea salvajemente a
uno de sus caballos. Llaman la atención los argumentos del “artista” para
justificar semejante comportamiento: que los caballos son suyos y claro, con lo
que le pertenece a uno se puede hacer lo que se quiera. Es el derecho al uso y
al abuso de lo que es propiedad mía. Para esta gente, la propiedad se extiende
al perro, al caballo, al esclavo o a la esposa si fuera necesario. Y si hay que
buscar argumentos para enmascarar la barbarie, se dice que el toro no
experimenta dolor y ha nacido para morir en una plaza, que el esclavo no es
persona sino animal y que la mujer disfruta con
los golpes. Y cuando se rebaten sus afirmaciones acaban siempre
esgrimiendo el argumento definitivo: la burra es mía y en la burra mando yo.
Amén.
Evaristo Torres Olivas
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