Estamos asistiendo durante los últimos días a un intercambio
de cartas abiertas de amor-odio entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón que me
hacen sentir vergüenza ajena. Pero es que, además, creo que no le hacen ningún bien a
Podemos. Son cartas que mezclan el peloteo mutuo y las declaraciones de amor
del tipo tú eres el mejor, ya tú sabes,
mi amor, con las puñaladas traperas y las advertencias de usted no sabe con quién está hablando.
Penoso y patético, por emplear las palabras que utilizaban mis hijas
adolescentes hace ya muchos años cuando se avergonzaban de mí cada vez que contaba un chiste en público. En realidad, lo
que hay es una lucha por el poder dentro de Podemos más que un debate de ideas.
Lo mismo que pasa en cualquier otro partido. Iglesias y Errejón, fundadores de
Podemos, están convencidos de que la empresa
es de su propiedad, y que cada uno de ellos está más legitimado que el otro
para tomar el mando y decidir el rumbo del negocio.
La batalla la han planteado en algo tan simple, aparentemente, como es si en el
Vistalegre II se votan conjuntamente proyectos y candidaturas (Iglesias) o se
hace por separado (Errejón). Y todo porque en las recientes elecciones en
Podemos Comunidad de Madrid, en las que
proyectos y personas se votaron por separado, los errejonistas ganaron en todos
los ejes sometidos a debate pero la candidatura errejonista encabezada por Rita
Maestre perdió frente a la del pablista Ramón Espinar. Estoy convencido de que
de haber sido diferentes los resultados, tanto Iglesias como Errejón no habrían
tenido inconveniente en cambiar de opinión y defender lo contrario de los que
defienden ahora. Lo que es bueno para mí es bueno para Podemos deben de pensar.
El jefe de la corriente de más peso en Podemos, Miguel Urbán, también encabeza
un manifiesto y ha concedido entrevistas en las que también advierte que
llegado el momento pedirá qué hay de los
mío. Y mientras, las mujeres del partido, calladitas. Da la
sensación de que en Podemos, como en el resto de los partido, la lucha por el
poder, es, como el coñac Soberano, cosa de hombres. No me imagino a Tania
Sánchez y a Irene Montero enviándose cartas abiertas en la prensa y en las
redes, ni tampoco dándose un “piquito” en el Congreso de los Diputados.
Evaristo Torres Olivas
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