Yo soy de los que en los años setenta paseaba con El País
debajo del brazo para dar a entender a la gente que pertenecía al grupo de los
progres. En aquellos años todo era mucho más simple. La sociedad se dividía en
progres y fachas, obreros y explotadores, pobres y ricos. Los pobres eran
obreros progres y los ricos, explotadores fachas. Con esta burda simplificación
nos apañábamos para tirar adelante en las postrimerías del franquismo. Los
fachas iban afeitados, con el pelo corto
y agitaban banderas de España mientras
que los pobres lucíamos greñas, barbas, banderas de Aragón y El País debajo del
brazo. El País y las revistas Interview y Por Favor eran la única prensa que
entraba en mi piso de estudiantes en Zaragoza. El País era la biblia del
progresismo y Juan Luis Cebrián su profeta. Con el paso de los años, me fui
dando cuenta de que el periódico de Polanco no era lo que creíamos y que Juan
Luis Cebrián no era lo que parecía sino un trepa amorrado a la teta del sistema al que lo único que le interesaba era
el lucro personal, el poder, estar a la diestra de del dios padre Polanco, de
los banqueros y de los que pagaban su salario indecente. Le hicieron académico de la lengua, no se sabe
muy bien con qué méritos. Las
entrevistas con Évole y con Carlos Alsina de esta semana nos muestran a una
Cebrián manipulador, huidizo, contradictorio, maleducado, prepotente y
mentiroso. El País y Juan Luis Cebrián son la mejor prueba del estado lamentable
en que se encuentra el periodismo en España, de que la independencia de la que
presumen las cabeceras es falsa; de que los medios son instrumentos de
propaganda al servicio de los que no se presentan a las elecciones. Es tal el
cinismo de Cebrián que se atreve a afirmar que "sólo hay algo parecido al
deterioro de la clase política española y es el de los medios de
comunicación". Es como si Franco y Pinochet se hubieran lamentado de la violación
de los Derechos Humanos. En cuarenta años, he pasado de llevar con orgullo El
País debajo del brazo y admirar a su
primer director a apenas leerlo y a considerar a Cebrián como una de las personas con una trayectoria
más despreciable de la reciente historia de nuestro país.
Evaristo Torres Olivas
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