Esta es la segunda columna que dedico a las cartitas de amor
que se han intercambiado Errejón e Iglesias.
Son como las que se envían los adolescentes. Ñoñas, sin sustancia. Que
si te quiero mucho, que si nunca te olvidaré, que por ti me muero y que sin ti
no soy nada. Iglesias y Errejón viven los dos en Madrid y seguramente se ven
todos los días. ¿Qué necesidad tienen de enviarse cartitas a los periódicos
para que nos enteremos todos? No me extrañaría que Iglesias haya embadurnado
también alguna tapia de su barrio
madrileño con un espray para decirle a Iñigo que soñó que lo quería. Pero hay
un refrán que dice: obras son amores, que no buenas razones. Y las obras de
Iglesias han sido más bien chapuzas. Después de tanto almíbar y decir que “en
las dos últimas semanas Podemos han dado la peor imagen de su historia” y que
en el partido caben todos y que nadie sobra, la primera medida que ha tomado su
corriente dos días después de su victoria pírrica ha sido pulirse al portavoz
parlamentario en la Asamblea de Madrid.
Y con unos argumentos, tanto de Iglesias como de Espinar, Echenique o
Montero, que son más propios de la junta militar de una dictadura militar que
de un partido de la nueva política: más o menos, que el que gana, aunque sea
por una diferencia mínima, hace lo que le viene en gana, sin importar que durante la campaña se haya repetido lo
contrario. Pero es que en esta historia también se ha posicionado las parejas y exparejas de Iglesias y Errejón. Más que un partido, da
la sensación de que estamos asistiendo a un sainete que se desarrolla en una
corrala. Podemos se va pareciendo cada vez más a la casa de tócame, Roque. O,
para utilizar otras expresiones más vulgares y políticamente incorrectas, se
parece cada vez más al coño de la Bernarda o a una merienda de negros. Hasta
Juan Carlos Monedero, que se ha declarado a favor de Iglesias y ha llamado infantil a Errejón, se ha enfangado en esta historia de amor y odio y ha
pronunciado algunas tonterías impropias de un intelectual de la facultad de
Políticas de la Complutense. Pero de eso hablaremos mañana.
Evaristo Torres Olivas
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