“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

viernes, 29 de enero de 2016

Cada cosa en su momento y lugar

Nuestro idioma es rico en expresiones malsonantes e improperios. Saber usarlos adecuadamente es todo un arte. Bien utilizados le añaden expresividad y color a las conversaciones y a los escritos. Pero hay que tener en cuenta dónde, el  momento y el lugar para colocar estas palabras. En un grupo de amigos, en conversaciones informales, es muy frecuente el uso de tacos y expresiones que aluden a los órganos sexuales tanto de hombres como de mujeres. Yo mismo las utilizo con mucha frecuencia en mis tertulias  de barra de bar. Y en muchas columnas también he utilizado  expresiones como manda huevos o con dos cojones, siempre en tono humorístico o para recordar a algún político que las pronunció. Pero cuando se habla de un asunto serio y terrible tal vez esas mismas palabras rechinen un poco. Es lo que sentí hace unos días al leer un artículo en un periódico serio que escribía una periodista  sobre un suceso  que había sufrido en una calle de Madrid. Un energúmeno la agredió metiendo la mano en su entrepierna y apretando hasta producirle dolor. El artículo, bien escrito, narra unos hechos terribles, pero  utiliza dos veces unas expresiones que a mí me produjeron cierto desconcierto, como si en ese momento y en ese lugar y tratándose de lo que se trataba no fueran las adecuadas. Tal vez esté equivocado. Escribe: “De repente, noté que algo se metía por detrás, entre mis piernas,  una mano completamente ajena, inesperada y desconocida que me estrujó el coño con un apretón doloroso y molesto”.  Y más adelante, añade: “No sabría decir si al rato lloré más por rabia –un desconocido me había estrujado el coño por la calle– o por frustración”.  Creo que no es adecuado utilizarlas en esa circunstancia y en ese tipo de artículo. Lo veo más o menos como si en una visita al médico, al preguntarnos qué nos pasa,  le contestamos que nos duele el coño o que tenemos picores en la polla. Y,  por otra parte, haríamos el ridículo entre los amigos si les contamos que nos duele el saco escrotal o que tenemos molestias en el tracto urinario. Cada cosa en su momento y en su lugar. 

Evaristo Torres Olivas

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