“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

martes, 15 de septiembre de 2015

Los gorrones

Un gorrón es una persona que tiene por hábito comer, vivir, regalarse o divertirse a costa ajena. Así lo define el diccionario de la Academia de la Lengua. Y eso es exactamente lo que hacen muchos políticos. También se les podría llamar parásitos.  Algunos llevan casi 40 años gorroneando y otros se han fijado como meta batir ese record. ¿Y cómo se distingue el político decente del gorrón? Es bastante sencillo. El político decente es aquel que tiene vocación de servicio y se inicia en la política siendo concejal o alcalde de su pueblo, generalmente sin percibir remuneración y compatibilizando esa responsabilidad con su trabajo habitual. Posteriormente puede desempeñar un puesto retribuido como diputado, consejero, senador, durante una o dos legislaturas y volver al ejercicio de su profesión. Si además durante ese tiempo ha impulsado algún proyecto importante, ha participado activamente en los debates para aprobar leyes beneficiosas para el conjunto de la sociedad, ha sido capaz de formar a otras personas para que le releven, se merece que le recordemos con respeto y admiración. Al político gorrón se le reconoce porque también empieza siendo concejal o alcalde de su pueblo, generalmente sin percibir retribución. Después accede a ejercer puestos retribuidos durante una, dos, tres, cuatro, cinco, seis legislaturas. Pasa de diputado provincial a presidente de una comarca, de ahí a diputado nacional, después a senador, para a continuación ser consejero autonómico, volver a ser senador, otra vez diputado, y finalmente acabar sus días en el Senado o como eurodiputado.  Y,  en todos los puestos, no haber formado a nadie, no ser recordado por ninguna intervención, no haber impulsado ninguna ley ni haber aportado nada a la sociedad. Y no haber vuelto a desempeñar su profesión —alguno ni siquiera tenía profesión— desde el día que ocupó el primer puesto retribuido en la política.  El político gorrón se puede llamar Manuel, Vicente, Luis Ángel, Gerardo, María Teresa, Carmen, Marcelino, José Luis, Javier, Antonio. Tal vez esperan que, en reconocimiento a su vida de gorrones y parásitos, el pueblo  les dedique una calle.

Evaristo Torres Olivas
 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quizá no en todos, pero en la mayoría de los casos el pretendido político no-gorrón debería enfrentarse primero a su partido para poder llegar a hacer algo positivo por las personas que dice representar (y por las que no). Esto es muy raro de ver y, desde luego, no lo llevan en mente casi ninguna de las personas que pululan por dichos ambientes.
La dinámica habitual de los partidos, de la "representación institucional" y de la política profesional, en general, impide casi siempre dichas buenas actuaciones. P. ej., simplemente, ahogando su posible existencia a base de agotar el tiempo de la persona política empleándolo en hacer declaraciones huecas, mentirosas o de simple y burdo ataque a otras formaciones, asistir a comisiones de muy dudosa practicidad o, también, empleando el miedo a no volver a disfrutar de su puesto si da que hablar, etc, etc...

yoseal dijo...

Gorrones egoístas e insensibles. Así son muchos de los políticos