“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

miércoles, 11 de marzo de 2015

Zurrumendi, Zoquete y Evaristo

En el año 1993, el Partido Popular quería que saliera elegido senador Alberto Ruiz-Gallardón. Entonces, el  orden en que debían aparecer los candidatos de cada partido era el alfabético. Si un partido queda segundo en una provincia, solo consigue un escaño y es  siempre el primero, porque los electores, esos entes tan perezosos, ponen la equis mayoritariamente al primero de la lista. ¿Qué hizo el PP para que Albertico saliera elegido? Dar instrucciones para que a nadie que se apellidase Abad o Abundio se le ocurriese presentarse al Senado; tendrían preferencia Zurrumendi y Zoquete, aunque tuvieran que firmar mojando el pulgar en tinta. Y es así que los dos candidatos que acompañaron a don Alberto en la lista tenían apellidos que estaban detrás de Ruiz en el abecedario. Y Alberto fue proclamado senador democráticamente,  limpiamente, por la gracia de Dios y de las urnas. Zurrumendi y Zoquete se quedaron sin nada, a dos velas.
Imaginemos ahora que hay unas elecciones en Teruel y yo me quiero presentar. La papeleta, por imperativo legal, debe ordenarse por orden alfabético del nombre. Mis adversarios se llaman Anabelinda, Anacleto y Anastasia. Yo me llamo Evaristo. ¡Ya la hemos jodido! Un perdedor, otra vez más. Pero como nunca me doy por vencido, se me ocurren varias ideas. La primera, ir al colegio electoral y poner las papeletas boca abajo: de esa manera Evaristo aparece el primero y los votantes, que son unos vagos, marcarán al primero, o sea yo. La segunda idea consistiría en pedirles a todos mis amigos y a los amigos de mis amigos y a toda la parentela de mis amigos y de los amigos de mis amigos, que el día D, el de las votaciones, echasen en la urna el sobre con la papeleta que yo les facilitaría. Les prometería a cambio un puesto bien retribuido de semáforo en  Motorland, dinosaurio en Dinópolis, iluminador de estrellas en el Pico del Buitre o consejero de asuntos varios de la presidencia de la Diputación. La tercera, la que más me gusta, la más limpia y honrada, consistiría en dirigirme al Registro Civil y mantener esta conversación con la funcionaria: hola buenos días. Buenos días, ¿qué desea? Que venía a cambiarme el nombre. ¿Cómo se llama usted? Evaristo, sin hache. ¿Y cómo se quiere llamar? Ababisto, también sin hache.  De esa manera el último sería el primero y Ababisto ganaría las elecciones.
Ni el PP con Ruiz-Gallardón ni Ababisto cambiando el nombre son los únicos que manipulan para ganar. Hay otros con métodos más sutiles, como decir que la lista debe recoger todas las sensibilidades y como yo soy la más sensible, iré la primera, Manolito el segundo y Teresita la tercera, porque otra cosa no seremos, pero sensibles, un huevo.

Evaristo Torres Olivas

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