Pero lo que más me jode es que ahora que incluso algunos de los partidos que más han practicado la
dedocracia en sus listas—el PSOE por ejemplo— prometen las listas abiertas,
personas que se han apuntado a la alternativa de los Ganemos, unidades de la
izquierda y otras opciones que aspiran a poner un poco de decencia en el
panorama político, defiendan el cerrojazo en las listas, con los mismos
argumentos que los políticos de la casta política de toda la vida. Cuando digo
esto, no hablo en abstracto: la semana pasada se celebró en Teruel una asamblea
de una de esas alternativas, y una de las propuestas para confeccionar las
listas fue la de candidaturas cerradas y bloqueadas (para disimular un poco,
ofrecían listas abiertas a partir del candidato número once, es decir, de los que tienen
tantas posibilidades de salir como que al senador Blasco le concedan el Nobel).
Y no sé por qué todavía hay gente que le tiene miedo a la gente. Se les llena
la boca con pueblo, trabajadores, ciudadanos, pero a la hora de la verdad
quieren todo para el pueblo pero sin la participación del pueblo, o mejor
dicho, con una participación controlada, dirigida, sesgada, manipulada,
mangoneada, tergiversada, cocinada, horneada y microondeada, si se me permite el neologismo. Cuando a la democracia
y a la participación se le ponen
adjetivos, no es ni democracia ni participación ni ná. Como la libertad vigilada, el cuero sintético o el oro
alemán.
Evaristo Torres Olivas
Orden, como Dios manda
1 comentario:
La gente de izquierdas y la gente de derechas tienen muchas cosas en común, una de ellas es, precisamente, que son gente, que son personas. Y el poder siempre corrompe a la gente, corrompe a las personas.
Si revisamos la Historia, lo poco o mucho que recordemos de ella, no encontramos ningún partido de izquierdas de cualquier tipo en ningún lugar (de la derecha para qué hablar...) que, estando en el poder, haya fomentado de manera efectiva y vinculante la toma de decisiones por parte del grueso de la población y su participación integral en los asuntos comunes.
Y es que quien gobierna, manda. Y por activa o por pasiva, quiere poder mandar, y no cede voluntariamente a nada ni a nadie esa potestad. Todo lo más un poco de teatro y unas pinceladas de maquillaje para mejorar su imagen y, de paso, diferenciarse de la malvada derecha autoritaria.
Gobernar, al fin y al cabo, se gobierna contra la gente. A veces contra unas, a veces contra otros y a veces contra todo el mundo. Gobernar es agredir a mucha gente a la vez por múltiples vías. Animo a cualquier persona a, fríamente e intentado dejar a un lado todos los filtros que nos han fijado ante los ojos, que analice los efectos de los gobiernos, de cualquier gobierno en cualquier lugar, sobre la población.
Elegir a quien te gobierna (que ni a eso se llega, aunque digan que sí) no es libertad, sino elegir quien prefieres que reparta las hostias. Pero te caen seguro.
Sin gobierno también te pueden caer muchas hostias (de fuera o de dentro), pero se añade y se abre la posibilidad de que te caigan menos e, incluso, la posibilidad de que, razonablemente hablando, pudiéramos llegar a poder afirmar que no nos cae ninguna.
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