La muerte a tiros de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, es una tragedia. Como lo es la de cualquier otro ser humano que muere violentamente. Da igual que sea la presidenta de una institución, el sargento de bomberos, un peón de albañil o la limpiadora de los váteres del McDonald´s. Supongamos que el asesinado hubiera sido un bedel de un ayuntamiento, militante de base del PP. ¿Se habría paralizado la campaña electoral durante dos días? ¿Habrían asistido al funeral toda la plana mayor de los partidos? Tampoco hace falta decir tonterías, como ha hecho Rajoy, para deplorar el vil asesinato de Isabel Carrasco. Ha afirmado nuestro presidente que “la entrega al servicio público de la presidenta de la Diputación de León no hace sino subrayar que somos el conjunto de los españoles los afectados por esta tragedia”. Pues no, señor Rajoy, no es precisamente por eso por lo que estamos afectados. De hecho, la acumulación de cargos, doce, y la gestión de la señora Carrasco, no estaban libres de sospechas y de críticas. Si estamos afectados es porque creemos que una sociedad civilizada no resuelve sus problemas a tiros. Nos produce el mismo rechazo que un etarra asesine a Ernest Lluch, que los Izquierdo disparen sobre los Cabanillas en Puerto Urraco, o que una madre y una hija asesinen, presuntamente, a una dirigente del PP. Toda vida es única y ninguna vale más que otra. No es necesario atribuirle cualidades a la muerta, como han hecho Jesús Posada, presidente del Congreso, o Juan José Lucas, expresidente de Castilla y León. Ni sus cualidades ni sus errores—el cobro, supuestamente, de dietas que no le correspondían—añaden o quitan nada a la tragedia que supone perder la vida de manera tan violenta, injusta y cruel.
Evaristo Torres Olivas
1 comentario:
Bien dicho. Esto sí que es para mandarlo a los periódicos.
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