No es la primera vez que hablo aquí de Chávez y de su
discípulo Maduro. Las fantochadas y fanfarronadas de Chávez no me gustaban. Y
las de Maduro, menos. Si hace un tiempo, al actual presidente de Venezuela se
le apareció el difunto Chávez en forma de “pajarito chiquitico”, ahora se le ha
aparecido en la pared de un túnel del metro de Caracas. El presidente de una
nación no puede decir gilipolleces de ese tamaño. No se les puede reír en la
cara a los ciudadanos. Presidir un país no es dirigir el Club de la comedia. Los
discursos de Chávez y de Maduro me recuerdan las sandeces que Escrivá de
Balaguer les largaba a sus fans. Tanto los dos presidentes venezolanos como el cura de Barbastro tratan a
las personas como si fueran imbéciles. Cuando se mezclan política, religión y
superchería, como hacen estos farsantes, el resultado es la astracanada, la
tomadura de pelo y la falta de respecto a las personas.
Me jode que dentro de la izquierda, de la que yo formo
parte, haya todavía mucha gente que sea incapaz de criticar las sandeces de
algunos dirigentes de izquierdas. No se atreven a decir que los discursos de
varias horas de Castro, los circos que montaba Chávez en la tele o las sandeces
de Maduro son impropios de unos gobernantes serios. La derecha también hace lo
mismo con sus iconos, pero a mí la derecha me trae sin cuidado. Nada espero de
ellos. De la los míos, de la izquierda, sí espero seriedad, respeto y
objetividad. Si toda la izquierda española hizo mofa, merecida, de la niña de
Rajoy, del cup of café con leche de Botella, de los discursos en Georgetown de
Aznar o de las docenas de meteduras de pata de Bush, me cuesta entender que se haga la vista gorda ante la desmesura de la
izquierda revolucionaria cubana o venezolana. No me sirve la explicación para
salir del paso de que se trata de otras culturas, diferentes a la nuestra, y
que no debemos juzgarlas. Si así fuera, tampoco podríamos criticar a Merkel, ni
a Putin, ni los de Teruel a los de Zaragoza, ni los catalanes a los aragoneses,
ni estos a los vascos. Las mamarrachadas son mamarrachadas aquí y en Lima. ¿Nos
quedaríamos callados si Rajoy dijera que, mientras paseaba por los jardines de La Moncloa, Franco se le ha aparecido en forma de cuervo?
2 comentarios:
Pues, por las cosas que hace, parece como si se le hubiera aparecido; el paquico.
Mucha razón llevas, Evaristo.
Personalmente pienso que con mayor o menor nivel de astracadas y putadas al grueso de la población, me temo que la cuestión no va en que el gobernante sea de izquierdas o derechas, sino en ser gobernante, en gobernar.
Quien gobierna ha de mentir, quien gobierna ha de engañar, quien gobierna ha de abusar de su poder (aparte de que el hecho de ostentar dicho poder ya sea un abuso), quien gobierna asume otras razones, condiciones, y deseos distintos de las personas gobernadas. Sus intereses y los de su cúpula dirigente pasan a ser distintos de los intereses del grueso de la población.
Ahí, creo yo, está el quid de la cuestión.
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