En la última novela de Márkaris, Pan, educación, libertad, el comisario Jaritos investiga tres
homicidios: de un constructor, un abogado y un sindicalista. Se trata de tres
personajes “progres” que participaron en la revuelta de la politécnica de
Atenas durante la llamada Dictadura de los coroneles (1967-1974) y que después,
en la democracia, creyeron que había llegado el momento de cobrar los servicios
prestados a la patria.
Como ya les comentaba ayer, lo que cuenta Márkaris sobre
Grecia en sus novelas es muy parecido a la situación de España. Por ese motivo,
fue inevitable que, al leer la trayectoria profesional de los tres
asesinados, pensara en los
muchos españoles con un recorrido similar. Me refiero a aquellos que presumen
de que durante el franquismo fueron unos luchadores contra la dictadura—fuera
verdad o mentira, tuvieran un papel relevante o secundario—y eso les daba
derecho a campar a sus anchas durante la democracia, como si la sociedad
estuviera en deuda con ellos.
Yo conozco a varios de esos. Algunos se han hecho
empresarios, otros políticos y sindicalistas,
y todos presumen de que durante la dictadura se la jugaron para traer la
democracia a este país. Como no hay ninguna constancia ni se expedían certificados
de participación en el antifranquismo, estos personajes pueden decir lo que les
dé la gana, porque no hay manera de comprobarlo.
Otros sí participaron, militando en la izquierda maoísta, en
partidos para los que el PCE era una pandilla de revisionistas y el PSOE poco
más que unos tontos del haba. Y después de tanto fervor y de tanto fragor
acabaron postrados a los pies de los tontos del haba. Ese es el recorrido de
los Ricardo Berdié, Mercedes Gallizo y
otros, que a medida que perdían fuerza revolucionaria, a medida que se
desbravaban, iban ocupando asientos en los parlamentos y las direcciones
generales.
Aquí como en Grecia, algunos de esos progres de antaño creen
que la democracia consiste en quitar a los otros para colocarse ellos.
Evaristo Torres Olivas
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