Voy a dedicarle unas líneas al escrache a Lanzuela en Cella.
Se ha hecho un mundo de algo pequeño, insignificante. Sé de qué hablo porque
estuve allí. Lanzuela no estuvo, pero no le impide hacer precisiones sobre lo
que sucedió. Y exageraciones. Y manipulaciones. Ha echado mano de las consignas
del PP y se ha dedicado a esparcir porquería a los cuatro puntos cardinales, la
porquería elaborada en el laboratorio dirigido por Cospedal. Los reunidos no
superaban la treintena de personas, entre ellas media docena de periodistas,
fotógrafos y cámaras de televisión y otra media docena de niños. Es decir, una
marabunta peligrosa. Tan peligrosa que Lanzuela, que no estaba en Cella, se ha
visto obligado a diagnosticar que “estos métodos de coacciones y acoso los
empleaban nazis y comunistas el siglo pasado”. Los treinta participantes iban
armados: con micrófonos, cámaras de fotos, y unos círculos de cartulina con el
texto “sí se puede” y “pero no quieren”; los niños iban equipados con objetos tan
contundentes como balones y PlayStation. Y para hacer frente a una masa tan
enfervorizada, dos furgones de la Guardia Civil, dos tenientes y siete guardias de dos colores, verdes y negros, con pistola,
porra, pinganillo, gafas de sol de chulo de discoteca, pelo rapado y cara de
pocos amigos. Ya solo faltaban tanques, helicópteros y algún avión de combate en alerta en el aeropuerto
de Caudé. Eso sí, el señor Lanzuela, que no estaba en Cella ni se le esperaba,
manifestó a los periodistas del Heraldo que los agentes actuaron “con exquisita
prudencia e impidieron que pudiera haber algún incidente”. Efectivamente, actuaron con exquisitez porque
lo normal hubiera sido inflar a hostias a los asistentes que pretendían dejar
una carta en el buzón de la casa del señor diputado. Así se hacía en tiempos de
Franco cuando algunos de sus ministros que después militarían en el partido del
señor Lanzuela, proclamaban que la calle era suya. Nada ejemplar, por el contrario, fue el comportamiento de los manifestantes
(¿escrachistas?): cuando el jefe de los guardias, el que llevaba dos estrellas
y uniforme negro, comentó con voz viril que él no tenía competencia para
acceder a tal petición, los muy cobardes se dieron media vuelta y se fueron a
sus casas. Durante los diez minutos que duró el acto de hablar con el mando y
la lectura de la carta que no dejaron depositar en el buzón, el pueblo de Cella
estuvo con el corazón en un puño, temiendo lo peor. Ni un alma en las calles. Algunos miraban
angustiados tras los visillos. Solo se escuchaba el ulular del viento.
Tensión. Miedo. Unos enloquecidos activistas con cartulinas y micrófonos frente
a un puñado de valientes soldados de la Benemérita dispuestos a arriesgar su
vida para que los cellanos puedan vivir en paz. La alegría volvió al pueblo
cuando los cobardes manifestantes se dieron media vuelta y se fueron con el
rabo entre las piernas.
Evaristo Torres Olivas
La exquisitez de los grises cuando mandaban los ministros que después fundarían el partido del señor Lanzuela
2 comentarios:
Con Franco lo pasábamos mejor. Mira la foto que ilustra tu columna:los grises van con una porra y un casco rudimentario; teníamos alguna posibilidad. Ahora parecen robocot y te inflan...puede que sea lo único que ha mejorado.
Tremendo lo de Lanzuela, cuentan los atemorizados ciudadanos de Cella que no lo ven por el pueblo desde las últimas elecciones. Quzás sea para evitar esas masas enfervorizadas . Eso si los 1800 € de dietas parece que si se los lleva.
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