Evaristo Torres Olivas
martes, 16 de octubre de 2012
La oniomanía
Les contaba ayer que me había comprado una
alcachofa de ducha de colorines. Un trasto tan inútil como un sombrero con
televisión o unas gafas con sacacorchos. Llevo unos días pensando en la compra compulsiva, esa a la que nos inducen la publicidad
machacona y la retórica del modelo capitalista: si aumenta el consumo, se
genera trabajo y si hay trabajo hay dinero para que podamos consumir. O sea,
que hay que trabajar para consumir. Aunque no se necesite lo que se consume. Lo
de la compra compulsiva es un trastorno psicológico que tiene nombre y todo:
oniomanía. Si nuestras autoridades fueran coherentes, al igual que prohíben la
publicidad de cigarrillos porque perjudican a la salud, deberían prohibir los
anuncios de El Corte Inglés o del Ford Fiesta edición limitada. O al menos
advertir de que no se compren esos productos sin antes consultar a nuestro
médico o farmacéutico. Seguro que todos tenemos en nuestras casas cantidades
ingentes de objetos, chismes y cachivaches que no sirven para nada o que nunca
hemos utilizado. En mi caso, además de haberme comprado una ducha de colorines,
mi oniomanía se ha centrado durante muchos años en la compra de herramientas.
Tengo de todo pero nunca uso nada porque soy una persona desmañada. Torpe. Chapuzas. Mi colección de destornilladores
abarca desde modelos que servirían para desmontar la Torre Eiffel hasta otros
aptos para apretar el tornillo de una prótesis de rodilla de un mosquito. Otra
de mis aficiones es la acumulación de bolígrafos. Entre los que me regalan de
propaganda y los que me compro, los tengo a docenas. Recuerdo que cuando era
crío, tenía un bolígrafo azul y otro rojo y cuando se acababa la tinta, me
compraba una recarga, nunca otro bolígrafo. Ahora, la tinta de los bolígrafos
se seca sin haber escrito ni una sola palabra. Tanto en el caso de las
herramientas como en el de los bolígrafos que no se usan, se consumen recursos
para su fabricación. Y fabricar algo para nada se llama derroche. Por mucho que
digan que el sistema capitalista es el óptimo para la asignación de los
recursos escasos, yo creo que en realidad es el sistema que favorece e impulsa
el derroche.
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A samugazos
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