Al igual que bailar de lejos nos es bailar, según cuenta Sergio Dalma, robar al Estado no es robar. Por lo visto, los políticos corruptos no espantan a los votantes sino todo lo contrario. Lo reflejan las encuestas. Tan es así que, en la campaña, los partidos han decidido no utilizar el argumento de la corrupción para desacreditar a un partido: cada acusación de corrupción a Camps supone un puñado de votos más para el candidato pepero valenciano; cada mención de los Eres de Andalucía, un saco de votos adicional para el PSOE. Escuché en la radio, hace un par de días, al expresidente Ibarra, el de Extremadura; decía, hablando de Camps, que “a veces los ciudadanos se comportan peor que los ultrasur: no premian al decente y castigan al indecente”. Un caso este Ibarra. Es capaz de decir eso y en la misma conversación preguntarse “el porqué de esta moralidad, esta sospecha de los ciudadanos que piensan que los políticos somos unos sinvergüenzas y ellos unos espíritus puros. A saber qué hacen los ciudadanos que defraudan a Hacienda o no pagan el IVA ”. Tal vez la respuesta a estas contradicciones, en las que robar a Estado está bien visto, reside en la moral católica. Hagas lo que hagas, te confiesas, le sueltas una propina al cura y todo perdonado. Un gran alivio para la conciencia del chorizo. Por eso no es de extrañar que los dos países de Europa donde más corrupción política hay, donde más se defrauda al fisco y con mayor economía sumergida, sean España e Italia, dos lugares en los que la influencia de la Iglesia ha sido y es importante. La absolución, el pelillos a la mar, es lo que hace que los ciudadanos españoles perdonemos a nuestros deudores y pedimos que perdonen nuestras deudas. No rechazamos a los políticos que defraudan, sino que los premiamos con nuestro amor y nuestro voto. El propio Juan Carlos Ibarra, en el mismo programa, lo dice con unas palabras muy bonitas: “Yo en algunas ocasiones he defraudado a mi madre; sin embargo mi madre no iba diciendo por ahí que éste no es mi hijo”. Tiene razón, don Juan Carlos, una madre no puede decir que éste no es mi hijo pero sí podría decir este partido no es mi partido porque me ha defraudado. Uno no puede cambiar de madre, pero sí renunciar a dar su voto a unos partidos llenos de defraudadores y chorizos. Pero para eso necesitaríamos otra moral y otra ética.
Evaristo Torres Olivas
martes, 10 de mayo de 2011
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