“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

sábado, 21 de mayo de 2011

Como la falsa moneda

Hace unos años, asistí a un curso de literatura. Caro de cojones. Lo impartía una conocida escritora. Profesora, periodista, conferenciante (o conferencianta en tiempos de Bibiana Aído), tertuliana en la radio y en la televisión. Todo eso decía el folleto de colorines  de la propaganda, en el que aparecía la foto de la escritora. El folleto, muy bien escrito,  interesante que te rilas. Tan bonito y deslumbrante que apenas se le prestaba atención a una frase al final de texto, en letra pequeña, en la que se mencionaba que el curso también lo impartía un señor cuyo nombre leía por primera vez en mi vida. Llegó el primer día de clase, apareció la escritora famosa, habló durante diez minutos. Brillante, inteligente. Una maravilla. Y breve.  El resto de la semana, ya no se la vio ni escuchó más, salvo otros diez minutos del último día cuando nos entregó una especie de diploma a los panolis que asistimos al curso. Entre el final de los primeros diez minutos y el comienzo de los últimos, el que resultó ser hermano de la estrella, el que aparecía en letra pequeña en el folleto, nos aburrió durante muchas y largas horas de un mes de julio especialmente caluroso.  Las clases eran un peñazo. Un tostón. Un ladrillo del ocho. Con frecuencia, nos dan gato por liebre. También me timaron de esa manera cuando me compré el primer radiocassette para mi primer coche de tercera mano. En una gasolinera de carretera compré lo que yo creía eran las canciones interpretadas por una conocida cantante, entonces de moda. Así se anunciaba en la funda de plástico. Al escuchar la primera canción, te dabas cuenta de que o tu radiocassette era una mierda o que te habían timado. Bastaba escudriñar el envoltorio para salir de dudas: en unas letras del tamaño de una cagada de mosca, se decía que las canciones de tu cantante favorita eran interpretadas por Esmeralda Rodríguez, también conocida como la Calandria de Zahara de los Atunes. Lo mismo nos pasa con las listas electorales. En los carteles y en la propaganda, sale uno o una, y los que vienen detrás no los conoce ni dios. La única diferencia con mi curso de literatura o con el cassette cantado por Esmeralda de los Atunes, es que en la política, el artista principal es, con frecuencia, tan malo como los palmeros que van en su lista. O mucho peor.

Evaristo Torres Olivas



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