“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

lunes, 11 de abril de 2011

El bar de señoritas que fuman

Hasta ahora no había dicho ni mu sobre la ley del fumeque. Entre otras cosas porque los fumadores somos algo gilipollas. Sabemos que el puto tabaco mata, nos ponen en la cajetilla que contiene benceno, nitrosaminas y cianuro de hidrógeno y nosotros ni caso, chupa que te chupa. Y luego somos capaces de montarle un pollo al pobre camarero del restaurante porque ha aparecido una mosca en la sopa o un pelo en el flan de huevo casero marca Duhl. Así que, hasta ahora, me he callado y me salgo a fumar a la rue del Percebe cuando en el bar o en un lugar público  me entra  el ansia viva de fumar. Y si ahora me pongo a largar sobre el me sabe a humo, me sabe a humo, el cigarrillo que yo me fumo, es porque he leído un artículo que cuestiona dos peligros adicionales del tabaco: el incremento del gasto sanitario y los fumadores pasivos. Eso me hacía tener mala conciencia. Que por mi vicio le hiciera incurrir al Estado en gastos que se podrían utilizar en otras cosas o que por mi culpa otra persona pueda enfermar, me hacía sentirme un crápula. Pero, por lo visto, igual que hay evidencia de que el fumar produce cáncer, enfermedades respiratorias y otras muchas, no hay ninguna de que les suceda lo mismo a  los llamados fumadores pasivos. Por una simple razón: el veneno lo produce la dosis, y la dosis que inhala el fumador pasivo es tan pequeña que no tiene consecuencia alguna. Y en cuanto que los fumadores constituyen un gasto excesivo para el Estado, es todo lo contrario. El fumador le ahorra viruta al Tesoro. La media en que el fumador empedernido estira la pata es de 65 años. Se ha pegado toda la vida laboral pagando a la Seguridad Social para tener una pensión y apoquinando impuestos por cada cigarrillo que compra, y cuando le toca cobrar la pensión, lo enfundan en el traje de pino. Y ahora, con el retraso de la jubilación, ni les cuento. Tampoco es probable que un fumador padezca Alzheimer, una de las enfermedades más caras de tratar, porque a la edad en que suele aparecer, la mayoría de los fumadores compulsivos ya llevan unos años tumbados en el lecho  del adosado del corral de los quietos. De todas formas, dejen de fumar, si pueden, aunque arruinen al Estado. Y aunque ya nadie entienda qué es un bar de señoritas que fuman, nombre que utilizaba mi madre para designar a los puticlubs.
 
Evaristo Torres Olivas

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ciertamente, el tabaco mata poco a poco, pero, como de algo tenemos que morir y no tenemos prisa......

Anónimo dijo...

Se publicita indiscriminada y abusivamente, se favorece la adicción de la población y, aunque alguno se escape, saben que los demás van a pagar lo que les pidan con tal de que no falte el suministro.
Un paquete de tabaco normalito cuesta ya más de 600 pesetas en las máquinas. Nos están sangrando y, además, quieren hacernos sentir culpables.