Menudo escándalo se ha montado con los deportistas de élite que se chutan todo tipo de sustancias para arañar dos milésimas al cronómetro o tirar la bola un milímetro más lejos. Ya hace tiempo que lo de mens sana in corpore sano es un simple eslogan publicitario al mismo nivel que ese otro del refresco que dice ser la chispa de la vida o del detergente que parece que lava más blanco. Desde que el deporte ha dejado de ser una actividad para el mantenimiento de cuerpo y se ha convertido en un negocio y en una profesión, no es de extrañar que pasen estas cosas. Yo opino que el deporte-espectáculo, lejos de fomentar la práctica de la actividad física en la población, lo que ha conseguido es que lo practiquemos de manera vicaria, repantingados, repanchingados o tumbados a la bartola en el sofá, con un caja de cervezas y dos bolsas de patatas fritas. Mientras nosotros engordamos como suidos, exigimos a los deportistas que salen por la tele que batan récords, que mejoren marcas y que se estozolen a doscientos kilómetros por hora. Si no lo consiguen, el negocio pierde audiencia, los anunciantes dejan de invertir, y el deportista pasa de héroe a fracasado. Primero se viste el muñeco y después se le convierte en muñeco roto si no alcanza los resultados esperados. Lo de citius, altius, fortius, más veloz, más alto, más fuerte, en vez de un estímulo para el deportista, se convierte en un infierno que le hace perder la chaveta. En el deporte pasa igual que en la economía capitalista basada en el crecimiento infinito. Tanto los recursos naturales como las capacidades humanas son limitados y algunos se empecinan en el crecimiento ilimitado. En lugar de buscar un progreso sostenible, los deportistas y los sinvergüenzas que los manejan, prefieren forzar la máquina, por cualquier medio, hasta reventarla. Y entre los sinvergüenzas habría que incluir, además de los médicos, entrenadores, managers y demás desaprensivos que los rodean, a los medios de comunicación que los encumbran o los despeñan y a todos los “atletas” en chándal y barriga cervecera que desde el sofá o la barra del bar los aplauden o los insultan.
Evaristo Torres Olivas
lunes, 13 de diciembre de 2010
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