“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

viernes, 10 de diciembre de 2010

El merluzo

Hace unos días, escuchaba en la radio una canción del nuevo disco de Sergio Dalma, un homenaje a la canción italiana. La canción se titula El jardín prohibido (Il giardino proibito) y la hizo popular allá por el año 1975 un cantante que se llama Sandro Giacobbe. La letra no tiene desperdicio e ilustra perfectamente lo mucho que se ha avanzado en algunos asuntos; en este caso en la dignidad y el respeto a la mujer y en el cambio de mentalidad de muchos hombres. Para los que no conozcan esta canción, la cosa va de un tío que le cuenta a su chica que se la ha pegado con su mejor amiga y se pone a confesar. Bien, estas cosas ocurren. Pero el tío, el lugar de apechugar con las consecuencias y reconocer lo capullo que ha sido, se dedica a poner excusas infumables. Empieza contando que “sus ojos me llamaban pidiendo mis caricias, su cuerpo me rogaba que le diera vida”; es decir, que no tuvo otro remedio. Por si quedaran dudas, lo remacha al decir “me he dejado llevar por mi cuerpo, y me he comportado como un ser humano”. Pues a mí me parece que se ha comportado como un merluzo. Además, confiesa abiertamente que padece eyaculación precoz: “mi cuerpo fue gozo, durante un minuto”. Una joya, el señor. Y no crean que siente ningún tipo de remordimiento, quia; se desentiende de todo al afirmar que “la vida es así, no la he inventado yo”. Pero si aún les queda alguna duda sobre la catadura del sujeto, intenten descifrar, si es que pueden, el enigma que se esconde detrás de estas palabras: “sus besos no me permitieron repetir tu nombre, y el suyo sí, por eso cuando la abrazaba me acordé de ti”. Como ven, aunque todavía falta mucho camino por recorrer, no me negarán que se ha avanzado mucho. Si hoy cualquier imbécil le va con ese cuento a su chica, lo más probable es que lo mande al cuerno porque la vida es así y no la ha inventado ella. Pero cuando Sandro Giacobbe cantaba esas memeces, las chicas se lo comían a besos. Imaginen que esa misma canción, en vez de un hombre, la cantara una mujer, contándole al chorbo que se lo había hecho con su mejor amigo y que “comí del fruto prohibido y mi mente lloraba tu ausencia”. Habría durado siete segundos en los cuarenta principales.

Evaristo Torres Olivas

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