Estoy abonado a Bono: no hay semana que no me sorprenda y me ponga a darle a la tecla para enviar un escrito al Diario de Teruel. Con el asunto del piso del hijo he estado esperando unos días hasta que se aclarara la situación porque los únicos que dieron la noticia fueron los de Libertad Digital y los del Gato al agua, y de esos, al contrario de lo que me pasa con El Caserío, no me fio. Bono montó en cólera, habló de campaña orquestada contra él y, para demostrar su honestidad, ha remitido un escrito al fiscal general del Estado, en el que detalla sus ingresos y su patrimonio. Todo muy legal. Pero ahora viene la segunda parte: será todo muy legal, pero joder, no me convence. El señor Bono pertenece a un partido que se denomina Partido Socialista Obrero Español. Y además se confiesa creyente, católico, apostólico y romano, miembro de una Iglesia que predica la pobreza, la justicia y la igualdad. Y todo eso choca con la viruta que ingresan él y su señora. Un pastón. Claro, no es de extrañar que tengan tanto patrimonio. No sé qué pensaría de todo esto Pablo Iglesias, fundador del PSOE y que, según cuentan, llevó una vida de gran austeridad, identificado con la pobreza de la clase trabajadora de aquellos años. Por eso se me hace difícil creer que don José pueda saber qué se siente siendo pobre, la angustia de no llegar a final de mes, el comecome que produce el desempleo. Pero la pregunta que más me ronda por la cabeza estos días es si todo lo conseguido por el matrimonio, como por ejemplo la franquicia de siete joyerías de Tous, lo habrían obtenido sin no se hubieran dedicado a la política, es decir, si han querido servir a la política o servirse de la política para su medro personal. Y también he llegado a varias conclusiones: que predicar no es dar trigo; que una cosa son las palabras y otras los hechos. Que llamarse socialista obrero es una imagen de marca, el envoltorio de un producto y que nada tiene que ver con lo que uno se encuentra dentro de la lata o del bote. Es publicidad engañosa, como cuando en la infancia nos regalaban una caja con el dibujo de un coche enorme y dentro nos encontrábamos con una birria de plástico que no se parecía en nada al enorme bólido con rugido de tigre y velocidad de rayo que aparecía en los anuncios de la tele.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
DdT 23/4/2010
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