En estas mismas páginas, don Carlos Hué nos ha ilustrado en varias ocasiones sobre la importancia de las competencias y el Plan Bolonia que va a ser la solución a todas las incompetencias que padecemos. Yo me lo he tomado muy en serio y me he puesto a pensar sobre las competencias que deben tener los políticos. Me he fijado en aquellos que triunfan, los que llevan lustros, decenios e incluso cuartos de siglo viviendo del cuento de la política. Analizando su trayectoria, sus intervenciones públicas y privadas y sus obras y milagros, he llegado al siguiente catálogo de lo que debe tener un político con voluntad de permanencia. Espero que mis investigaciones puedan servir para confeccionar los curricula de los futuros aspirantes a político.
No es necesario que posea una sólida cultura ni que esté especializado en ningún campo del saber. Incluso es contraproducente. Si sabe firmar y sumar hasta cifras de dos dígitos es más que suficiente. Tampoco se precisa una ideología muy sólida. Lo ideal es que sea floja o difusa—término tomado prestado de la lógica—de tal manera de que cualquier cosa que diga o haga pueda ser a la vez de izquierdas y de derechas, rojo y azul, blanco y negro. Imprescindible que posea una capacidad de oratoria tal que le permita no decir nada durante mucho rato. Sirva de ejemplo la siguiente frase pronunciada por uno de nuestros mandamases en la web de la institución de la que es titular: “garantizar las condiciones necesarias para que cualquier tipo de iniciativa provechosa para nuestro territorio llegue a buen puerto”. Decir eso y nada es lo mismo. Importante también es que el futuro político tenga una memoria limitada para que cuando por la mañana diga una cosa y por la tarde su contraria, no se ve afectado por remordimientos de conciencia. Finalmente, es muy útil que posea la competencia de la adherencia—el llamado efecto ventosa—: pase lo que pase, diga lo que diga, acierte o la cague, haga sol o ventisque, ha de saber mantener el culo pegado al escaño del cargo. Su gestión puede ser un desastre pero su éxito consiste en que no peligren sus ingresos mensuales.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
No es necesario que posea una sólida cultura ni que esté especializado en ningún campo del saber. Incluso es contraproducente. Si sabe firmar y sumar hasta cifras de dos dígitos es más que suficiente. Tampoco se precisa una ideología muy sólida. Lo ideal es que sea floja o difusa—término tomado prestado de la lógica—de tal manera de que cualquier cosa que diga o haga pueda ser a la vez de izquierdas y de derechas, rojo y azul, blanco y negro. Imprescindible que posea una capacidad de oratoria tal que le permita no decir nada durante mucho rato. Sirva de ejemplo la siguiente frase pronunciada por uno de nuestros mandamases en la web de la institución de la que es titular: “garantizar las condiciones necesarias para que cualquier tipo de iniciativa provechosa para nuestro territorio llegue a buen puerto”. Decir eso y nada es lo mismo. Importante también es que el futuro político tenga una memoria limitada para que cuando por la mañana diga una cosa y por la tarde su contraria, no se ve afectado por remordimientos de conciencia. Finalmente, es muy útil que posea la competencia de la adherencia—el llamado efecto ventosa—: pase lo que pase, diga lo que diga, acierte o la cague, haga sol o ventisque, ha de saber mantener el culo pegado al escaño del cargo. Su gestión puede ser un desastre pero su éxito consiste en que no peligren sus ingresos mensuales.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
DdT 19/9/2009
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