“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

domingo, 13 de septiembre de 2009

Los indios, los picoletos y un señor de Baviera

Desde crío les tengo miedo a los indios y a los picoletos. Lo de los picoletos se debe a las historias que escuchaba en casa y a las barbaridades que se contaban que ocurrían en los cuarteles de los pueblos. El dictador se encargó de que los de la montera de charol estuvieran en todos los rincones del país para imponer el orden a hostias. Cada vez que veo la fotografía de William Eugene Smith, Guardia Civil, tomada en Deleitosa (Cáceres) en el año 1950, en la que aparecen a contraluz tres civiles pertrechados con sus tricornios, su fusil y su cara de mala virgen, un escalofrío me recorre la columna. Me pasa como en el chiste ese de los dos gitanos que en la posguerra, para mitigar el hambre, se hicieron de la Benemérita, y el primer día que los mandan de pareja a “apatrullar”, ven a otros dos gitanos en un campo de melones y les echan el alto. Uno de los del melonar grita: ¡La Guardia Civil! Y los cuatro se echan a correr como para batir el record de los cinco mil metros vallas. Ahora vivimos en Democracia y seguro que el instituto armado ha cambiado. Pero por mucha propaganda que se les haga y por muchos méritos que se les reconozcan, seguramente merecidos, en la lucha antiterrorista, yo conservo testimonios de familiares que sin hacer nada fueron apaleados por unos energúmenos con patente de corso para aterrorizar a la gente por las calles y caminos de la España hambrienta, durante la larga noche del franquismo. Y ese miedo lo llevo bien dentro; me cala hasta los huesos.
El miedo a los indios me viene de las películas de vaqueros de la infancia. A una edad en la que no se tiene ni la madurez ni los elementos necesarios para distinguir el trigo de la paja, la propaganda de los cabrones de los americanos nos presentaba a los indios como a unos salvajes con plumas y pintarrajeados que arrancaban cabelleras y mataban a niños y mujeres sin ningún motivo, sólo por joder y saciar su sed de sangre. Un indio era como una cucaracha o una rata a los que había que aplastar. Cuando llegaban los del Séptimo de caballería, tuturututú, todos los chavales del cine dábamos saltos y gritos de alegría viendo como los buenos masacraban a los indios, quemaban sus poblados y sus cultivos, para que el bien de los blancos triunfara sobre el mal de los pieles rojas.
El fin de semana pasado asistí a las jornadas del IX Encuentro internacional de pastores, nómadas y trashumantes, en Guadalaviar. Las estrellas invitadas eran una representación de los indios crow de la reserva del estado de Montana, en los Estados Unidos. A las once y media de la noche del viernes, en la plaza de toros del pueblo, los crow nos hicieron una demostración de sus danzas. Allí estaban Victor Singer, un crow de dos metros de manga por tres de eslora, John Pretty on Top, con sus plumas de jefe, Myrna Medicine Horse, Jerome White Hip y la pareja formada por Rochele Aldend y Garey He who competes. Al día siguiente, en la Dehesilla de las monjas de la Vega del Tajo, nos enseñaron cómo se construye un tipi y el arte de pintar los caballos para la guerra. Pero de todo eso ya nos informó M. Cruz Aguilar en su magnífico reportaje del domingo. Estuve hablando con algunos de los crows para interesarme por su modo de vida en la reserva y cómo mantienen sus tradiciones. Myrna Medicine Horse, una mujer de voz dulce y gestos delicados, tiene una empresa de artesanía, bisutería y ropa crow. Me comentó que en la reserva, de unas 9.000 personas, hay escuelas en las que se enseña en inglés y en crow pero no hay ni una sola emisora de radio o de televisión en su idioma. No todos los jóvenes hablan crow pero sí están enganchados a la televisión por satélite que solamente emite en inglés. Vamos, que al crow le quedan dos telediarios. Reciben ayudas federales y tienen sus propios órganos de gobierno. En cuanto a la religión, los animistas tradicionales son minoritarios siendo la mayoría practicantes de otras religiones. Su idioma, el crow, no es entendido por otras tribus vecinas. Los contactos con otras familias indias se limitan a fiestas y bailes en ciertos periodos del año. Tanto Myrna como Garey, un joven de 28 años que trabaja en un casino, me comentaron que sus contactos con los blancos no son de igual a igual, sino que existe un racismo subyacente. Preguntados si creen que con Obama su situación mejorará, Myrna es escéptica y comenta que se utiliza a los “americanos nativos” en las elecciones con promesas de todo tipo pero que después siempre surgen otras prioridades que aplazan las ayudas prometidas. Garey es más optimista y cree que con Obama los indios verán mejorar sus condiciones de vida. Me cita que desde que está Obama, se les ha dado dinero para arreglar varias carreteras de la reserva que estaban muy deterioradas. Cuando Garey me hizo un dibujo para indicarme exactamente dónde se asentaba la reserva y escribió el nombre de Little Bighorn, inmediatamente me vino a la mente el recuerdo del Séptimo de Caballería y la tunda de leches que los hombres de Caballo Loco, Toro Sentado, Caballo Rojo y Lluvia en el Rostro les propinaron a los del prepotente general Custer, que morirían con las botas puestas, pero cayeron como chinches, entre ellos el Custer de los cojones. En aquella ocasión los crow se pusieron del lado del Ejército de los Estados Unidos. Los cabrones de los rostros pálidos habían metido a los indios en reservas, les habían jodido su tradicional modo de subsistencia nómada persiguiendo a los bisontes y los indios empezaron a pasar gazuza. Y cuando hay hambre, no hay amigo que valga. Si no me creen, metan a siete amigos en una habitación cerrada con una barra de pan para los siete y un litro de agua. Esperen unos días y compruebe los resultados.
En mi visita a Gualalaviar también conocí a una persona entrañable. Stefan Hämmerle. Un bávaro simpático y parlanchín que no habla ni una palabra de español pero que se hace querer por todo el mundo. Nada más llegar a la plaza de Guadalaviar el sábado por la mañana, Stefan debió verme cara de panoli, se me acercó, me regaló una sonrisa tamaño teclado de piano Steinway y ya no me soltó hasta por la tarde que regresé a mi pueblo. La historia de Stefan es curiosa: ejecutivo de una empresa multinacional en Alemania. Depresión. Adiós curro. Se viene a España y se pone a recorrer el país desde Sevilla hasta Compostela. Entre Salamanca y Zamora, sin Gps ni mapas, se pierde en la sierra. Un pastor y su nieto lo encuentran y lo acompañan durante varios días. Descubre Stefan en ese momento la importancia de las cañadas y de la trashumancia. Y se pone a investigar y a escribir para difundir la buena nueva a los cuatro vientos. Ya ha escrito dos libros. Y así recaló en Guadalaviar dónde todos le saludan y él como no habla ni papa de español, les contesta con una enorme sonrisa. Estuvimos juntos todo el día, compartimos cordero y sandía a la sombra de los pinos y nos tomamos unas birras antes de despedirnos con un fuerte abrazo, como dos viejos amigos. Me entregó una cartulina plastificada con sus pensamientos que empieza así: “La vida es un ir y venir”. También me regaló un pincho de madera con una casita de pájaros en miniatura y prometió enviarme una camiseta desde Baviera. Un buen tipo, Stefan.
Para finalizar quiero dejar constancia de lo siguiente: 1. El excelente trabajo de Javier Martínez. 2. Durante los dos días que pasé en Guadalaviar no vi a ningún picoleto. 3. A mi regreso, a las tres de la mañana se me cruzó un ciervo a la salida de una curva. Vi a una oveja descarriada y a cinco conejos hechos fosfatina. 4. Un proverbio indio dice: “no juzgues a tu vecino hasta que no hayas caminado durante dos lunas en sus mocasines”.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
DdT Tribuna 13/9/2009

No hay comentarios: