El colibrí vuela más rápido que un caza para atraer a las hembras. Esto no lo dice un aficionado a la ornitología ni el dependiente de la pajarería El mirlo blanco. Lo cuenta en una revista científica Christopher Clark, del Museo de Zoología de Vertebrados de la Universidad de California en Berkeley (EEUU). Un respeto. Lo que dicen en California o en Houston no es moco de pavo ni cagada de gorrión. “Los resultados del estudio exceden los límites conocidos de las variables relacionadas con el vuelo, escribe Clark. Al mismo tiempo, a mayor velocidad, mayor es el éxito reproductor, pues mayor es el sonido producido en el aire para captar la atención de la hembra”.
Ahora entenderán por qué muchos imbéciles, también vertebrados y con cerebro de colibrí, le quitan el tubo de escape a la moto para meter el máximo ruido a la máxima velocidad por las calles de las ciudades. Es genética pura. La inexorable ley escrita en el libro de familia del ADN. Estos chavales reproducen la partitura de la naturaleza con un único fin: “captar la atención de la hembra”. Claro, eso si antes no se han estampado contra una pared de cemento o se han llevado por delante a un abuelo que cruzaba tranquilamente por el paso de peatones. También explicaría la gran cantidad de chicas de buen ver luciendo palmito en los circuitos de motos y de Fórmula Uno para observar a Valentino Rossi o a nuestro Fernando Alonso haciendo el colibrí a trescientos por hora.
La gran diferencia entre el colibrí y los humanos que lo quieren imitar es que el pájaro diminuto no molesta a nadie, no se tienen noticias de que se estrelle contra el tronco de un árbol ni de que se lleve por delante a una paloma coja que pasaba por allí. Habría que preguntarle al de California en qué momento se jodió el código genético y el sistema de transmisión entre los vertebrados para que unos cabezas de chorlito sin dos dedos de frente hayan convertido la evolución de las especies en una especie de involución. Un paso atrás. Una regresión.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
DdT 25/7/2009
Ahora entenderán por qué muchos imbéciles, también vertebrados y con cerebro de colibrí, le quitan el tubo de escape a la moto para meter el máximo ruido a la máxima velocidad por las calles de las ciudades. Es genética pura. La inexorable ley escrita en el libro de familia del ADN. Estos chavales reproducen la partitura de la naturaleza con un único fin: “captar la atención de la hembra”. Claro, eso si antes no se han estampado contra una pared de cemento o se han llevado por delante a un abuelo que cruzaba tranquilamente por el paso de peatones. También explicaría la gran cantidad de chicas de buen ver luciendo palmito en los circuitos de motos y de Fórmula Uno para observar a Valentino Rossi o a nuestro Fernando Alonso haciendo el colibrí a trescientos por hora.
La gran diferencia entre el colibrí y los humanos que lo quieren imitar es que el pájaro diminuto no molesta a nadie, no se tienen noticias de que se estrelle contra el tronco de un árbol ni de que se lleve por delante a una paloma coja que pasaba por allí. Habría que preguntarle al de California en qué momento se jodió el código genético y el sistema de transmisión entre los vertebrados para que unos cabezas de chorlito sin dos dedos de frente hayan convertido la evolución de las especies en una especie de involución. Un paso atrás. Una regresión.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
DdT 25/7/2009
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