Los engañabobos siempre han existido. Todos recordamos a los charlatanes que nos vendían crecepelo, amuletos milagrosos, remedios contra todas las enfermedades y elixires de amor. En la mayoría de los casos se trataba de gente inofensiva que intentaba ganarse unos cuartos para sobrevivir. Incluso nos resultaban simpáticos. Y cuando a alguien le engañaban con el tocomocho, nos poníamos siempre de parte del estafador.
Ahora las cosas han cambiado. Los modernos charlatanes no se contentan con sobrevivir. Quieren emular a la “gran escritora” Ana Rosa Quintana, que está tan saturada con sus múltiples ocupaciones, programa de la tele, revista, productora, que no le quedó más remedio que plagiar libros. Claro que no llegó tan lejos como aquel doctor Rosado, que recomendaba apagar cigarrillos en la cocorota de los niños. O como la familia Pajares, que se aprovecha de la enfermedad del actor para echar carnaza a una panda de gacetilleros de la prensa gore del hígado, a cambio de dinero.
En muchas librerías, en lugar destacado, aparece una nueva forma de engañifa: obras que se han escrito para confundir al personal. Las podríamos encuadrar bajo el calificativo pseudo: Pseudohistoria, pseudopsicología, pseudociencia. Estas obras con títulos como El código Da Vinci, Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus o El secreto, se venden como churros gracias a unas enormes cantidades de dinero invertidas en márquetin y promoción. John Gray, autor de Los hombres son de Marte… figura en las portadas como doctor en Psicología por la Universidad Columbia Pacific. Lo que no dice es que esa universidad fue cerrada por las autoridades de California por expedir títulos a granel y no reunir los estándares académicos requeridos. Otro ejemplo es el de un autor que escribe libros sobre dietas milagrosas y que dice estar doctorado por una universidad privada inglesa. Se calla que él es el presidente y dueño de esa universidad. El caso de la autora de El secreto, Rhonda Byrne, también arroja luz sobre el arte de embaucar a los demás. La tal Rhonda, una guionista y productora de televisión australiana, cuenta que su vida era un caos hasta que su hija le regaló un libro escrito en 1910, La Ciencia de hacerse rico. En él descubrió un secreto que había permanecido oculto durante siglos. Comprendió entonces que su misión en la vida era divulgarlo a todo el mundo. ¡Y vaya si lo ha conseguido! Ha vendido millones de libros y deuvedés y ha hecho una película. La Rhonda y su troupe de sacacuartos se están forrando a costa de los crédulos lectores. En su libro ofrece métodos para hacerse rico y para curar el cáncer, solamente con lo que ella llama el pensamiento positivo. Si algún imbécil cree que con el pensamiento puede hacerse rico, allá él o ella. Pero que se juegue con la esperanza de un enfermo de cáncer y se le aparte de los tratamientos que le ofrece la ciencia médica, me parece intolerable.
Pedir a las editoriales que dejen de publicar esos libros es una ingenuidad. Tampoco funcionaría con los libreros. Me conformaría con que éstos, los libreros, no mezclaran esas “obras” con los demás libros. Que las colocaran en una estantería separada, bajo el cartel de pseudoconocimiento y con la siguiente advertencia: la lectura de estos libros perjudica gravemente a su salud y a la de los que están a su alrededor. Dañarán su cerebro y le convertirán en un tonto del culo o en una tonta de la cula.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
DDT 7/3/2009
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