“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

martes, 20 de enero de 2009

La parte por el todo

Hay algunos que proclaman que tenemos a los políticos que nos merecemos. Y no les falta razón. Los políticos no son marcianos; son vecinos nuestros y los elegimos nosotros. En lo que ya no estoy tan de acuerdo es cuando afirman que por ser los políticos el reflejo de la sociedad no debamos flagelarlos. Sería como echarnos tierra a nuestros ojos, dicen. Y además es injusto descalificarlos en su conjunto, prosiguen. No es bueno mezclar a justos con pecadores, concluyen.
Ciertamente, cuando se critica a un conjunto, se corre el riesgo de tomar la parte por el todo, de atribuir los defectos de unos cuantos al colectivo. Si en un hospital mueren dos niños, la reacción inmediata es arremeter contra el hospital entero o contra el sistema sanitario de la provincia o de la autonomía, cuando quizás el problema solamente esté en el servicio de pediatría de ese hospital. Cuando el fontanero nos instala una calefacción en la que solamente falla la bomba, nuestra valoración es que nos ha instalado una mierda de calefacción. Si en una caja de cien manzanas hay diez podridas, rechazamos la caja entera y elegimos otra en la que todas las manzanas estén sanas. Así somos y así funciona el mundo. Indudablemente, sería deseable que todos hiciéramos un esfuerzo para discernir y separar, para estudiar y analizar. Empezando por los políticos.
Rara vez se escucha a un político elogiar a otro de la oposición—salvo cuando el político se muere o está incapacitado, como es el caso de Suárez— Y también ­­rara vez se oye a un político criticar a los de su propio partido. Lo normal es el autobombo y la descalificación del adversario. Algunos incluso llegan al insulto, proclamando que se mearán en la sede de otro partido si les toca la lotería; y otros, no solamente injurian al oponente sino que lo hacen extensivo al conjunto de los que lo votan, llamándoles tontos de los cojones. Tan usual es este proceder que incluso tiene nombre: estrategia de la crispación.
Otra costumbre que tienen algunos es la de arremeter contra aquellos que critican a los políticos y confundir Democracia como concepto y democracia como concreción de ese concepto en un país y un momento determinados. La mayoría nos descojonamos cuando Franco denominaba a lo suyo democracia orgánica. Como la mierda. Pero ya no hay tanta unanimidad cuando se trata de criticar al sistema surgido tras la aprobación de la Constitución de 1978. La Democracia es un eslogan que vende bien y todos los gobernantes se apresuran a identificar su democracia con la Democracia. Y a aquel que se atreve a criticar su democracia lo asimilan con el que se opone a la Democracia.
Dos de los pilares fundamentales de los sistemas democráticos son la participación y la información. Sobre la primera, el periodista Josep Ramoneda, en un artículo de El País titulado Democracia amenazada, habla de una iniciativa nacida en los think tanks del poder en Estados Unidos con la que se pretende “crear un sistema político en que el papel de la ciudadanía se vaya difuminando hasta quedar estrictamente reducido al ejercicio del voto el día de las elecciones”. Respecto de la información, Joaquín Estefanía, comentando un libro del sociólogo José María Maravall, afirma que la ciencia política debe “incorporar una teoría sobre la información que necesitan los ciudadanos para poder distinguir los gobiernos malos de los buenos, ya que las elecciones difícilmente conducen a la representación cuando los votantes están deficientemente enterados”.
Unos ejemplos quizás nos ayuden a ver alguno de los defectos de nuestra democracia. En un pueblo pequeño, cuando los ciudadanos eligen a los miembros de su ayuntamiento en unas elecciones, conocen perfectamente a las personas de las listas, su experiencia laboral y su trayectoria vital. En los grandes núcleos, los candidatos son unos perfectos desconocidos, con excepción de los dos o tres primeros de la lista, para los que los propios partidos o los medios de comunicación se encargan de publicar unas breves reseñas biográficas. El ciudadano se ve obligado a votar con una información deficiente. Pero aún hay más: ciertas instituciones como las Diputaciones o las Comarcas están integradas por personas que no han sido elegidas por los ciudadanos. El ciudadano puede pensar con toda legitimidad que un candidato al que ha dado su voto como concejal puede no ser el que hubiera elegido para que lo represente en la Diputación o la Comarca. Pero no se le da opción. Otros deciden por él. La impresión que puede sacar el votante es que no importan las personas y sí las siglas o que basta con un par de espabilados en las listas, siendo el resto meros comparsas cuya única misión es seguir las consignas que les dicten; y para eso solamente se necesita no ser daltónico para no confundir el botón verde del rojo o no tener ningún defecto en el brazo para levantarlo cuando se le ordene.
Otro fenómeno que limita el derecho a la información veraz y a la opinión plural es la concentración de los medios de comunicación en pocas manos. Aparentemente, nunca han existido tantas cabeceras de periódicos ni tantas cadenas de radio y televisión. Pero la realidad es que en España cuatro grupos multimedia –Prisa, Vocento, Planeta y Unedisa—controlan el 60% de las televisiones, el 80% de las radios y más del 80% de la prensa escrita. Si a eso añadimos que en las informaciones que no son de elaboración propia, la gran mayoría de las empresas de comunicación se nutre principalmente de dos agencias, Efe y Europa Press, veremos que uno de los criterios para valorar la calidad democrática de un país está amenazado: la pluralidad y la libertad para todo ciudadano de acceder al máximo de opiniones, ideas e informaciones. Claro, que si lo comparamos con Italia, con Berlusconi controlando la televisión pública, las tres cadenas privadas y el 45% de la prensa escrita, lo nuestro es Jauja. No le falta razón al profesor Manuel Castells cuando afirma que: “La política se decide en los medios”.
Otrosí 1: “Si a la audiencia le das paja, come paja; si le das trigo, come trigo”. Cita de Carlos Díaz atribuida a un conocido profesional de la tele.

Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
DDT 20/1/2009

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