“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

viernes, 28 de noviembre de 2008

¡Viva Rajoy, ar!

No me he pasado al enemigo. Ni me he echado una novia de Cella, pariente de Santiago Lanzuela. Tengo muchos defectos, pero entre ellos no se encuentra el de defender unos colores que no son los míos. Lo que no quita que tenga buenos amigos votantes y militantes del PP. A los amigos, como a los hijos, hay que aceptarlos como son, con sus defectos.
Mariano Rajoy es un tío simpático, buen orador, con sorna y sentido del humor. Al lado de los zaplanas y las esperanzas, es un político centrado, aunque como dice el gigante José María Fidalgo, el de ce, ce, o, o, “lo hayan centrado a hostias”.
Rajoy ha estado sembrado al afirmar que el desfile de los mílites es un coñazo. Aguantar durante horas a cientos de ciudadanos moverse como los clicks de Playmobil o las muñecas de Famosa, con sus pistolones, sus tanquecicos y su cabra de la Legión, no es algo que levante pasiones. Es, como dice Mariano, un auténtico coñazo.
Yo tengo una cuenta pendiente con los de uniforme. Además de los malos tratos recibidos durante la mili- nadie habla de la violencia de género cuartelero-, sufrí en carne propia los golpes de unos sádicos con porra y de otros con gorro de charol. Y todavía tiemblo cuando recuerdo a uno con bigotón taladrando el techo del Congreso de los Diputados con su black and decker reglamentaria, se sienten, coño. Sé que los tiempos han cambiado, que nuestra democracia está consolidada, que los militares colaboran en misiones de “paz armada”, que algunos pierden su vida a manos de viles asesinos terroristas, como también la pierden los obreros de la construcción enladrillando nuestras casas o los bomberos apagando nuestros fuegos. Todo eso lo sé pero cuando a los veinte años alguien te marca con su impronta, es difícil perdonar y olvidar.
Por otra parte, no entiendo por qué los militares han de desfilar por las calles con sus herramientas de trabajo y no lo hacen los médicos con sus estetoscopios, su TAC y sus PET de última generación o los fontaneros con su llave inglesa, su soplete y su bote de silicona. Aquí parece ser que los únicos que pueden sacar sus carromatos son los militares.
Nunca te votaré, Mariano, pero quiero que sepas que siempre ocuparás un lugar especial en el rincón de la derecha de mi corazón.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado

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