En las reuniones familiares, un tema recurrente es lo mucho que han cambiado las cosas. El abuelo y la abuela cuentan sus penurias, los padres nos hablan de la guerra, nosotros les endiñamos a los hijos el sermón de que a sus años nosotros ya teníamos las manos encallecidas de trabajar. En definitiva, de lo que se trata es de contarnos los unos a los otros nuestras batallitas y transmitir de generación en generación que todo tiempo pasado fue peor. Algo de razón hay, desde luego. En lo material, ha habido un progreso innegable. Veremos qué nos depara el futuro. Pero al lado de esos cambios y de ese progreso material, hay otras cosas que avanzan a paso de tortuga. Hace unos días, leyendo la edición digital del Diario de Teruel y los comentarios que hacen los lectores a las noticias, me encontré uno que refleja perfectamente la inamovilidad a la que me refería. Con todo el follón que se ha montado con la espantada de Ferrer, un lector escribía: “Me gustaría que quedase María Lucía Gómez. Hace unos días asistí a una boda en el Salón de Plenos y me encantó su presencia y su forma de realizar la ceremonia. También cuando era Alcaldesa, quedaba muy bien en las procesiones”. Estas palabras reflejan la opinión de muchos ciudadanos de lo que debe ser un alcalde: lucir bien en las procesiones. A los plenos de los ayuntamientos los ciudadanos nunca asisten, salvo que se trate el asunto del cambio de fecha de las fiestas patronales o la supresión de los festejos taurinos. Los alcaldes, al menos en los pueblos, pasan pocas horas en los ayuntamientos, pero no pueden faltar a misa y a las procesiones, vestidos de joteros o de lo que sea, encorbatados ellos y emperifolladas ellas. En todo lo demás, los ciudadanos tienen unas tragaderas del tamaño de un buzón, pero cualquier desliz o ausencia en una procesión o en la bendición de un centro de interpretación del sapo pintojo es causa del rechazo general. Por ese motivo, los alcaldes que permanecen años y años en sus puestos son aquellos que se fijan como primer objetivo de su mandato lucir bien en las procesiones. Todo lo demás, es pan comido. Qué bien nos retrató Luis García Berlanga.
Evaristo Torres Olivas
jueves, 18 de noviembre de 2010
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