“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

viernes, 14 de marzo de 2014

Demagogia barata

En la misma semana han coincidido en las páginas de opinión del Diario de Teruel tres de las personas del PP que representan las posturas más integristas, conservadoras, tradicionalistas o como las queramos llamar. Son tres personas turolenses: Javier Arnal, periodista, miembro del Opus, a quien he dedicado una docena de columnas en este blog, y con quien mantuve algunas disputas en las páginas del Diario, antes de que el censor Arrufat me fulminara; Ana Marín, diputada autonómica; y Rocío Féliz de Vargas, concejala en el ayuntamiento de Teruel. Tres representantes del ala dura del PP. Estoy convencido que si de ellos dependiera, la religión católica (la única verdadera, por supuesto) sería obligatoria en las escuelas, las fábricas y los estadios de fútbol.
  Ellos arremeten con vehemencia contra todo y contra todos que no comulgan con sus ideas, pero exigen que se respeten las suyas. Solamente las suyas. En su artículo, Arnal opina que “los carnavales no debe ser excusa para ridiculizar creencias religiosas”; y todo porque un joven se disfrazó de “Papa y haciendo gestos de impartir bendición a los viandantes”.  Pues a mí que en unos carnavales la gente se disfrace de lo que quiera, de papa, de juez, de Aznar, de Rubalcaba o de Díaz Ferrán con traje de rayas y arrastrando una bola de hierro, me parece divertido y saludable. Mucho más que afirmar, como hace doña Ana Marín, que “lo que dijo Rubalcaba en el Debate sobre el Estado de la Nación es de la demagogia más ruin y barata que he escuchado”; o lo que cuenta Rocía Féliz de Vargas: “No comparto el discurso de determinados colectivos que, liderados por concretos partidos políticos y sindicales, salen a la calle…para hacer demagogia y política barata”. 
 No me parece censurable que critiquen a Rubalcaba, a los sindicatos o a los partidos;  lo que me parece impresentable es la cortedad de estas dos políticas, de su falta de capacidad y de originalidad: demagogia barata es la expresión que se les ocurre a ambas. Para criticar, e incluso para insultar, se necesita más rigor, precisión, capacidad analítica, e incluso más arte. El arte de insultar, así se titula una recopilación de “insultos, improperios, ofensas, escarnios y sentencias tajantes” del filósofo  Arthur Schopenhauer. O El arte del insulto, un tratado escrito por tres  profesores de la Universidad de Granada. Nos cuentan que  “frente a la mojigatería, frente a la ñoñez, frente a la estupidez consumada, desde lo más profundo de la rebeldía popular surge el insulto, fustigador de vicios, desmontador de falsas buenas intenciones, desvelador de las miserias humanas. Frente al anatema sit de los represores ideológicos y lingüísticos, el insulto muestra una saludable y democrática capacidad de ser iconoclasta e irreverente”.  Para que se enteren Arnal, Marín y Féliz de Vargas.

Evaristo Torres Olivas

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://teruelandia.blogspot.com.es/2014/03/el-expolio-de-aragon-la-corrupcion.html