Evaristo Torres Olivas
El obispo tocapililaslunes, 2 de mayo de 2011
La pilila de los nenes no se toca
No es de extrañar que a la movida de la Semana Santa en Teruel alguno la llame La Vaquilla de los curas. El jolgorio es muy parecido. Como a mí no me van las procesiones, he aprovechado para ir a sitios de la provincia dónde no te dan la tabarra con los tambores y para comerme dos paellas extraordinarias preparadas por dos amigos cocinillas. Y también para leer y ordenar algunos recortes de periódicos que tenía desparramados encima de la mesa de trabajo. Uno de esos recortes lleva los siguientes título y subtítulo: “El exobispo de Brujas reconoce que abusó de otro de sus sobrinos. Roger Joseph Vangheluwe acude a la televisión para minimizar sus delitos: "No hubo penetración. Era solo un juego"”. Ahora que ya han prescrito los delitos, el obispo se ha dedicado a largar tonterías por la tele y a contar que se arrepiente. El Vaticano le ha recetado unos ejercicios espirituales al pederasta para que no vuelva a tocarles la pilila a los nenes. A mí me parece muy bien que se arrepienta. Demuestra ser mejor persona que el preso número nueve, el de la canción de Joan Baez; ése no sólo no se arrepentía de haber matado a su mujer y a un amigo desleal, sino que si volviera a nacer los volvería a matar. Con dos cojones. Vangheluwe no es tan canalla. Y cuando el Juez Supremo lo juzgue, seguro que acepta el castigo divino con humildad. Me rio yo de los castigos y de las sentencias de los jueces terrenales. Eso son chuminadas para ateos. Para condenas gordas las del Juez Supremo. Dios no te sentencia a una pena que va de 15 años y un día a 20 años. Quia. Por poco que lo cojas cabreado ese día te jode la vida para toda la Eternidad. Y ahí no hay redención de pena por trabajo ni tercer grado ni gaitas, ni siquiera indulto de preso por Semana Santa. En el Más Allá te comes el marrón y apechugas con la pena para toda la muerte. Por los siglos de los siglos. Don Roger, que abusó sexualmente de varios jóvenes, nunca pensó en el impacto de sus actos, a los que consideró hechos “superficiales”. Un simple quítame allá esas pajas. Pero la procesión iba por dentro y la conciencia le producía un runrún insoportable que repetía sin cesar que lo que había hecho “no estaba bien y me confesé en varias ocasiones”. Un santo, don Roger. Tocapililas, pero santo.
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A estacazo limpio
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