“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

martes, 19 de abril de 2011

Humildad

Algunos amigos me reprochan que soy un cansino y que han dejado de leerme porque me cebo con los políticos. Dicen que estoy resabiado, amargado, nervioso y que cuando me leen los pongo nerviosos a ellos también,  les doy mal rollo. Por mucho que se lo explico, no me entienden. Ni estoy nervioso, ni resabiado sino todo lo contrario. Escribir cada día una columna me hace sentir bien, me obliga a leer la prensa para poder opinar con un mínimo de fundamento. Me relaja. Pero hoy les haré caso a mis amigos y cambiaré de tema: les hablaré de mi hija Ana. Anita es periodista submileurista. Hace un tiempo, participó en un concurso de relatos breves convocado por la Universidad en la que había estudiado la carrera. Yo lo desconocía y me encontré por casualidad con el texto, navegando por Internet. El relato se titula Humidad, nombre de mi madre y abuela de Ana, fallecida hace dos años. En un viaje a París, Ana fue a visitar el sórdido callejón donde yo viví con mis padres en los años sesenta. Recuerda las historias que yo le conté cuando era niña y que pensaba habría olvidado: el caniche de la portera que nos perseguía, la  española que trabajaba de ayudante de cocina y que al principio confundía los gatos con los pasteles (la palabra gâteau, pronunciada gató, en francés significa pastel). Leyendo el relato, me doy cuenta de que muchas décadas después, lo único que ha cambiado es que ahora hay más asiáticos. En mi infancia el callejón lo habitaban argelinos, italianos y españoles. Y tal vez, porque Ana no lo menciona, también han desaparecido los excrementos de perro y el olor a meados. Todo lo demás sigue igual: “una lugar que reúne a los que vienen de muy lejos, a los que quieren aproximarse al bienestar de una ciudad y esperan pacientes en sus bordes”. El sórdido callejón es el mismo sólo que con más chinos. Sé que no os producirá las mismas sensaciones que a mí, porque vosotros no habéis  vivido en ese callejón ni el relato lo ha escrito vuestra hija, pero aquí os lo dejo para que lo leáis y para que mis amigos dejen de pensar que soy un pesado que sólo se dedica a criticar a los afanosos políticos de Teruel.

Evaristo Torres Olivas

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5 comentarios:

angel marco barea dijo...

Enhorabuena a la autora, Ana.
Felicidades al padre, Evaristo.

Luis Antonio dijo...

Asocio el barrio que describe Ana con el del Raval de Barcelona. Me ha gustado la descripción detallada que hace y las emociones que deja traslucir.

Muchos han olvidado que España es un país de emigrantes. Si lo tuvieran más presente quizá serían más tolerantes con los que han elegido este país como destino. Yo siempre digo a mis alumnos que si hubiese nacido en una kasba al otro lado del Atlas...quizá también habría tomado una patera para cruzar el estrecho...

Saludos

José Luis dijo...

Ya te lo comenté pero lo vuelvo a recordar: estas son las cosas que nos hacen ser felices. Hay que conocer el pasado para comprender el presente y conquistar el futuro.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

lo lei ayer por la noche ya que lo pusiste en el lado derecho de la pagina, fue una delicia y muy bonito felicita a tu haja de mi parte.
chao

Anónimo dijo...

La zagala tiene madera de periodista y un puntazo literario indudable; es sensible, cuenta bien y sabe llegar al lector. Y, además, es mas guapa que el padre. Enhorabuena, Evaristo, como se nota que mueles cada vez más fino, perillán.