“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Metepatas

Leire Pajín se lió hace unos días con las palabras cónyuge e incurso. Dijo “cónyugue” y vaciló entre incurso e incluso. Cebarse, como han hecho algunos medios, con la ministra por un error que le puede ocurrir a cualquiera, tal vez sea injusto. Yo tengo un amigo que dice que renace como el ave Félix. Y mi padre se enfurecía cuando en la tele oía que la los enganchados a la droga los llamaban drogadictos, palabra que él confundía con drogaditos, un diminutivo que consideraba demasiado cariñoso para denominar a los que conceptuaba como viciosos y delincuentes. Claro que no es lo mismo lo que digan mi padre o mi amigo, que no ocupan ni ocuparon cargos de responsabilidad, que las palabras de un ministro. Hace muchos años, un ministro de Sanidad, Jesús Sancho Rof, ante un grave problema de intoxicación por el consumo de aceite de colza, dijo que “lo causaba un pequeño bichito que si se cae se mata”. Y unos años más tarde, con toda la alarma creada por la enfermedad de las vacas locas, a otra ministra de Sanidad, Celia Villalobos se le ocurrió frivolizar y recomendar que echáramos al cocido un hueso de cerdo en lugar de uno de vaca. De un ministro, de cualquier responsable político, se espera que se exprese con corrección, que al menos dé la sensación de dominar el tema del que habla o de que se ha informado. Y eso es lo que le ha pasado a doña Leire Pajín que, viendo el video y escuchando las palabras que pronunció, transmite inseguridad y falta de dominio del tema sobre el que habla. Algo parecido sucedió hace unos días en el Museo Provincial, en la presentación de un nuevo número de Turia. Frente a las palabras del escritor Luis Landero y del director de la revista, Raúl Maícas, escuchar a Julia Vicente, al director general de Cultura del Gobierno de Aragón o a nuestro alcalde Blasco, hacía sentir vergüenza ajena. Cuando improvisaban, su discurso era deslavazado, incoherente, plagado de errores sintácticos. Y si leían, la impresión que causaban era de falta de convicción y de ignorar el contenido de lo que otros les habían escrito. Que doña Leire se confunda en una palabra no es grave; sí lo es, a mi entender, que transmita la misma credibilidad y seguridad que si yo me pongo a leer en voz alta una página de un tratado sobre flujo estacionario de fluidos incompresibles en tuberías. Para mí, los fluidos incompresibles son incomprensibles. Y tengo la impresión de que para doña Leire, las incursiones de los “cónyugues” también lo son.

Evaristo Torres Olivas

3 comentarios:

abogado dijo...

Viendo a "esta cuadrilla" que, por cierto, lleva muchos años chupando de la vaca, ello hace que nos sintamos llamados a participar en la política (no siendo conscientes de nuestras limitaciones) y ello porque la incompetencia general disimula la ignorancia propia. El gran economista austriaco Schumpeter, en su obra "Capitalismo, Socialismo y 000democracia" describió un análisis de la sociedad y afirma,con toda la razón:"el ciudadano normal, tan pronto como entra en la esfera política, desciende a un plano inferior en materia de actuación mental...se convierte en primitivo." Actualmente la capacidad intelectual de nuestros políticos es de traca.

Eto dijo...

Yo no soy muy fan de Hayek,Schumpeter, Popper y otros precursores de la Escuela de Chicago, la del Milton Friedman. No creo que el ciudadano normal, cuando entra en política, se convierta en primitivo. Más bien pienso que debido a la falta de democracia en los partidos, los que entran en política son los más primitivos y los ciudadanos normales se quedan fuera.

Anónimo dijo...

Capacidades, conocimientos y habilidades intelectuales aparte, se trata de que no se puede dejar el destino de todos en manos de unos pocos.
Aunque cueste esfuerzo y tiempo, lo de todos entre todos ha de decidirse: métodos hay.

También se trata de algo muy importante: nuestra dimensión como seres no da para más. Es decir, no sólo es más justo que no exista el principio de autoridad ni gobierno alguno, sino que somos demasiado poquita cosa para que a cualquiera de nosotros no le trastorne el hecho de tener poder sobre sus iguales y semejantes. El ego hace de los políticos deshechos sociales (peligrosos, como puede comprobarse), y es normal y muy lógico.
Además, conociendo la naturaleza humana, la única forma de que un grupo humano dado trabaje por unos intereses determinados es que todos sus miembros tengan los mismos. En el momento en que unos de ellos se elevan sobre los demás sus intereses cambian.
Nunca van a coincidir, salvo circuntancias puntuales, los intereses de la clase política con los de la gente de a pie. De la misma manera que lo son los de un empresario y una trabajadora: si una cobra más, reduce su jornada con el mismo sueldo o mejora sus condiciones de trabajo, el otro pierde; si uno ve la posibilidad tangible de seguir obteniendo la misma productividad de la explotada por menos precio, o haciéndola trabajar más horas o ahorrando en su seguridad (1000 trabajadores muertos en 2009)él gana.
Hasta que ninguna persona gobierne a otra nos seguiremos preguntando qué es lo que va mal, mientras las facciones deseosas de gobernar, una vez tras otra, repetirán que la culpa es de las facciones que se les oponen, aunque todos hayan tenido oportunidad de experimentar sus geniales recetas, perpetuando así la miseria económica, ecológica y moral del planeta entero.
De lo que todos se dan cuenta es que gobernando a otros se vive mucho mejor que siendo gobernado. La afición al poder no es filantrópica. Además, aunque económicamente no les saliera a cuento, el mero hecho de poder decidir sobre otros te aporta recursos más que suficientes para vivir mejor que los demás, pues tienes la sartén por el mango.

Salud