Ha muerto uno de los grandes del soul, Solomon Burke. Grande en todos los sentidos: por su enorme talento como cantante, uno de los mejores de la historia de la música espiritual; por su tamaño: 200 kilos de peso, para derrochar ese talento por arrobas, dieciséis exactamente. Por el número de hijos, 21; por un número indecente e inconfesable de nietos, 69, y casi dos docenas de bisnietos. Y además de cantante, Solomon era obispo de una iglesia de esas a las que tan aficionados son los norteamericanos, una iglesia con 150 sucursales en los Estados Unidos de Norteamérica y Jamaica; y empresario de negocios de limusinas, funerarias, floristerías. Para mantener a tanta prole, el hombre tenía que buscarse la vida, aunque fuera con los muertos. Un figura, Solomon. O un fantasmón, con sus trajes extravagantes, sus actuaciones, sentado en un trono y con un báculo en la mano. Pero en cuanto sonaba la música y Solomon abría la boca, todo se tornaba en admiración. Un crack: grabó un disco para “acompañar momentos íntimos” y el tío se llevó al estudio a unas cuantas parejas para que copularan a gusto. Y fíjense lo que dijo el genio: “ajustamos el tempo de los temas a sus ritmos sexuales: que nadie dijera que mi elepé no servía para lo que anunciaba. El sexo es una parte maravillosa de la vida y deseo que todos, sean o no miembros de mi Iglesia, sepan disfrutarlo. Ya sé que la Iglesia católica no piensa como yo, pero debería replanteárselo". Él supo disfrutarlo. A eso se le llama predicar con el ejemplo. Y lo que son las cosas: por lo visto, según nos cuenta la noticia del Diario de Teruel, uno de los mayores fans de Solomon Burke fue Juan Pablo II, quien lo invitó en varias ocasiones a actuar en el Vaticano. Pero no le sirvió de mucho. Nuestros obispos deberían crear una especie de becas Erasmus, o si el nombre no les mola, que las llamen Augustinus o Benedictus, para enviar a los jóvenes seminaristas en sus últimos años de estudio a visitar las iglesias del Bronx y de Harlem y empaparse del ritmo y del buen rollo de los obispos negros, esos que bailotean mientras sermonean, contagiando a los parroquianos con toneladas de entusiasmo. Igual me hacían recuperar la fe. Sería capaz de comprarme un traje rosa y unos botines de charol para ir a misa todos los domingos. Hecho un pincel. I can´t stop loving you. Yeah.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
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