“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

miércoles, 5 de agosto de 2009

Mea culpa

Como yo soy uno de los que “en estas páginas arremete continuamente contra nuestros políticos” y como esa actitud es calificada por Alfonso Casas como un proceder “fácil y populachero”, me he sentido aludido y quiero entonar aquí un mea culpa. Efectivamente, lo que yo hago es lo fácil. Lo correcto es decir que “esos políticos no son más que un reflejo de la ciudadanía. Sin son mediocres, vagos o corruptos será porque nosotros los somos y porque, entre todos, hemos creado este modelo de sociedad”. No por ser esa afirmación una obviedad, que no una simpleza, deja de ser cierta. Tenemos lo que tenemos y nos lo hemos ganado a pulso. Cuando The Economist publica un suplemento sobre España en el que pone a nuestros políticos a caer de un burro, es porque ya se sabe que los cabrones de los ingleses nos tienen manía- véase las hostias que nos dieron en Trafalgar-. Cuando Transparencia Internacional nos retrata en su índice de corrupción en un lugar muy alejado de los más honestos es debido a que los que elaboran ese índice nos tienen una envidia que se les sale por las orejas a los muy capullos. No nos entienden, no saben que aquí para que algo se mueva hay que untar al alcalde o al concejal de turno. Que si tenemos un primico o un pariente en una institución pública, lo normal es que nos enchufe al hijo o al hermano, de chófer, de escribiente o de lo que sea, que la cosa está muy mal, y en la Administración se cobra poco pero es seguro y por las tardes siempre se podrá buscar el chico alguna chapuza para redondear el sueldo. Nosotros en España, al contrario de los ratas de otros países, practicamos “la elegancia social del regalo”. Y no nos indignamos porque a un “figurín amanerado” le regalen trajes, o a una ex criadora de conejos, tras unos años en el ayuntamiento, le descubran cajas fuertes atiborradas de billetes morados. Si han recibido regalos es porque habrán hecho mucho bien a muchas personas. No tiene razón David Trueba cuando dice que “para conseguir indignar a alguien habrá primero que permitirle mirar el mundo desde un lugar honesto y no desde un vertedero”. España no es un vertedero: es un país bien bonito y David Trueba un antipatriota.
Pero entonado este mea culpa, también he de decir que don Alfonso incurre involuntariamente en una contradicción al emplear él mismo aquello que critica. Dice que si los políticos son mediocres, vagos y corruptos, será porque nosotros lo somos. Si fuera coherente, el señor Casas no generalizaría. Si él se considera vago y corrupto y lo quiere confesar, allá él, pero que no lo extienda al resto de la población. También incurre en el error de tomar la parte por el todo al afirmar que “parece poco lógico que la ciudadanía exija una limpieza exhaustiva de los espacios públicos cuando contribuye de manera tan directa a que la suciedad se adueñe de todos estos lugares”. En todo caso, algunos ciudadanos, unas decenas, unas centenas a lo sumo, ensucian, destrozan y se comportan como vándalos; pero esos son parte de la ciudadanía, no toda la ciudadanía. La mayoría se comportan de manera cívica, disfrutando de la fiesta, depositando las basuras en los contenedores y meando en los váteres instalados por el ayuntamiento. Mis amigos y yo, que formamos parte de esa ciudadanía, nos hemos comportado durante las Vaquillas de manera ejemplar. Me atrevo incluso a decir que si el ayuntamiento de la ciudad quisiera premiar a los más limpios, nosotros estaríamos en la lista de los cien primeros. Al igual que don Alfonso conoce a políticos que “trabajan por sus pueblos y lo hacen con su dedicación personal, supliendo muchas veces la falta de recursos”, yo también conozco a personas, ciudadanos anónimos, que trabajan por sus pueblos y lo hacen con su dedicación personal, supliendo muchas veces la falta de recursos y la incompetencia de sus ayuntamientos.
Tanto don Alfonso como yo hemos incurrido en exageraciones pero en nuestro descargo podemos alegar que no somos los únicos. A diario los periódicos nos ilustran con exageraciones similares a las nuestras. Los madrileños contra la guerra, rezaba un titular de hace unos años. Un millón de personas, según los organizadores, y cien mil según el gobierno, acudieron a esa manifestación. Si tenemos en cuenta que la población de Madrid supera los cinco millones de habitantes, debemos concluir que el citado titular exageraba de lo lindo. Los partidos políticos también recurren a ese tipo de errores cuando en unas elecciones obtienen el 35 por ciento de los votos y afirman rotundamente que los españoles les han dado su confianza. Y hablando de políticos, don Alfonso, entre usted y yo, ahora que no nos oye nadie, he de decirle que ellos no son mancos a la hora de descalificarse mutuamente. Sirvan de ejemplo a lo que digo las numerosas cartas y tribunas de doña Yolanda Casaus en este diario. Fuera del Imperio de la ceja, para doña Yolanda, el resto de los partidos están formados por una panda de ineptos irresponsables que quieren convertir el vergel que es España en un secarral. Si los que viven, y muy bien, de la política, se pueden permitir esas licencias retóricas, usted y yo, don Alfonso, que no recibimos mamandurria, directa o indirectamente, que dependa de la potestad discrecional de alcaldes, diputados o consejeros, no vamos a flagelarnos por utilizar esos mismos recursos. El mismo Larra, una gloria del periodismo patrio, puso a los políticos de su tiempo como palo de gallinero. Yo por mi parte, estoy dispuesto a reconocer en confesión mi pecado y aceptar como penitencia rezar un padrenuestro y un avemaría. Pero seguro que vuelvo a caer. Soy un pecador. También le pediré a Santa Lucía que le conserve la vista a don Alfonso para que pueda distinguir perfectamente las vigas y las pajas.

Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
DdT Tribuna 5/8/2009

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