“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

lunes, 12 de enero de 2009

El grising

En mis tiempos mozos, como no había gimnasios y el footing aun tardaría en inventarse, para mantenernos en forma, nos daba por correr delante de los grises. La verdad es que los chicos de la poli no se hacían mucho de rogar. Bastaba reunirse en cualquier plaza pública, gritar cuatro bobadas como amnistía, autonomía, libertad y democracia y ya los tenías allí puntuales con sus cochecicos, sus cascos y sus porras para repartir leña. ¡Qué espectáculo ver a los barbudos y a las chicas con faldas hippies correr a toda leche, perseguidos por unos tíos cachas por el centro de Zaragoza! Y las sirenas de los coches de policía, ñiu, ñiu, amenizando la función y subiendo la adrenalina a tope. Un deporte de riesgo, cierto, pero no más que el puenting o el rafting que ahora están de moda. Y mucho más barato porque no se necesitaba ningún equipamiento especial. Yo me hice adicto al grising-correr delante de los grises- y si pasaban dos o tres días sin practicar, me sentía fofo e irascible. Incluso se me iban las ganas de comer.
En ocasiones especiales, las fuerzas del orden nos regalaban unos espectáculos de lujo. Se celebraban en lugares muy queridos por los aragoneses, como la plaza del Pilar. En esas ocasiones, los servidores de la ley, se disfrazaban con sus mejores galas y aportaban al evento caballos y unas zurriagas largas para masajearnos la espalda. Nosotros contribuíamos a la fiesta con bolsas de canicas, que arrojadas a los pies de los caballos, lograban que éstos se metieran unas hostias morrocotudas, para deleite del público que desde los balcones de la plaza y de la calle Alfonso o escondidos tras los visillos de las ventanas, gozaban de un espectáculo de luz y color, gris y sórdido. En otras ocasiones, se celebraban batallas campales en el campus de la plaza de San Francisco. Ellos, armados con pelotas de goma y botes de humo; nosotros a pedrada limpia. ¡Y los piropos que les regalábamos! ¡Fascistas!, ¡cabrones!, ¡hijos de puta! Nada personal. Lo mismo que hoy se grita en los campos de fútbol o en cualquier evento con la emoción a flor de piel.
Terminado el jolgorio, nos reuníamos en los bares de la zona para comentar las jugadas, hacer balance de la batalla y perfeccionar la estrategia de cara al siguiente encuentro. ¡Qué tiempos aquellos! Mens sana in corpore magullado.
Cuando he visto las fotos de la Misa de la familia celebrada en la plaza de Colón de Madrid, he pensado en sugerir a nuestras fuerzas policiales que contribuyan a este tipo de actos con unos cientos de agentes que dispersen a los asistentes al finalizar la función. Con porrazos simulados, que no deseo para las espaldas ajenas lo que sufrí en las propias. Ver a Rouco Varela, García Gasco y Cañizares, con las sotanas remangadas hasta las rodillas, echando grandes zancadas por Castellana, Goya y Génova, escoltados por grupos de kikos y perseguidos por agentes uniformados, sería un espectáculo digno del prime time de la tele pública. Anunciantes no faltarían y espectadores tampoco. Se fundirían los audímetros que miden el share y el rating. Les doy mi palabra.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
DDT 12/1/2009

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