“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

jueves, 26 de septiembre de 2013

Todo vale para el convento

Todo vale para el convento, dijo el fraile, y llevaba una puta al hombro. A veces, el refranero recoge en pocas palabras la esencia de las cosas, en este caso de una institución, la Iglesia y sus sucursales. Y a no ser que el papa Francisco le ponga remedio apatrullando el Vaticano montado en su cuatro latas, mucho me temo que la secta va a seguir igual durante mucho tiempo. A la Iglesia siempre le ha gustado barrer para casa, o pro domo sua, para decirlo en latín que tanto les gusta a los curas. Defiende lo suyo y a los suyos contra todos, tengan o no tengan razón, especialmente si son unos hijos de puta. Aplica el principio que guió a Franklin Delano Roosevelt para proteger a Anastasio Somoza: “Tal vez Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Y a  la Iglesia que tanto le va lo irracional para vendernos burras del otro mundo, se comporta con una racionalidad exquisita cuando se trata de poner a su nombre cuanto edificio sin registrar encuentra o para quedarse con las propiedades de las beatas en la tierra a cambio de  cortijos y palacios en el cielo. Pero mucho mejor que yo lo explican los mismos miembros de la Iglesia, que podrán ser lo que sean, y generalmente nada bueno, pero tontos no son; así, el pensador católico Vittorio Messori, dijo de Berlusconi y sus berlusconadas: “Mejor un putero que haga buenas leyes para la Iglesia que uno catoliquísimo que nos perjudique”. Como capacidad de síntesis, de recoger un pensamiento y una actuación complejos en pocas palabras, la sentencia de don Vittorio es más precisa que los relojes Omega. A la Iglesia, para ciertas cosas, especialmente las que deben guiar la actuación de sus fieles, le gusta ser clara y breve, para que no dé lugar a confusión. Y en ese sentido, don Vittorio Messori demuestra ser un fiel católico que predica y transmite el mensaje de su milenaria institución. Hay otros, sin embargo, que son unos desagradecidos, unos pésimos alumnos que aprovecharon las enseñanzas de sus maestros para desviarse del camino. Sin lugar a dudas, el peor de todos es aquel que, también en estilo breve y sencillo, sentenció: “Para lo que me queda en el convento, me cago dentro”.

Evaristo Torres Olivas

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