Todo vale para el
convento, dijo el fraile, y llevaba una puta al hombro. A veces, el refranero
recoge en pocas palabras la esencia de las cosas, en este caso de una
institución, la Iglesia y sus sucursales. Y a no ser que el papa Francisco le
ponga remedio apatrullando el Vaticano montado en su cuatro latas, mucho
me temo que la secta va a seguir igual durante mucho tiempo. A la Iglesia
siempre le ha gustado barrer para casa, o pro domo sua, para decirlo en latín
que tanto les gusta a los curas. Defiende lo suyo y a los suyos contra todos,
tengan o no tengan razón, especialmente si son unos hijos de puta. Aplica el
principio que guió a Franklin Delano Roosevelt para proteger a Anastasio
Somoza: “Tal vez Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Y a
la Iglesia que tanto le va lo irracional
para vendernos burras del otro mundo, se comporta con una racionalidad
exquisita cuando se trata de poner a su nombre cuanto edificio sin registrar encuentra o
para quedarse con las propiedades de las beatas en la tierra a cambio de cortijos y palacios en el cielo. Pero mucho
mejor que yo lo explican los mismos miembros de la Iglesia, que podrán ser lo
que sean, y generalmente nada bueno, pero tontos no son; así, el pensador
católico Vittorio Messori, dijo de Berlusconi y sus berlusconadas: “Mejor
un putero que haga buenas leyes para la Iglesia que uno catoliquísimo que nos
perjudique”. Como capacidad de síntesis, de recoger un pensamiento y una
actuación complejos en pocas palabras, la sentencia de don Vittorio es más
precisa que los relojes Omega. A la Iglesia, para ciertas cosas, especialmente
las que deben guiar la actuación de sus fieles, le gusta ser clara y breve, para que no dé lugar a confusión. Y en ese sentido, don Vittorio
Messori demuestra ser un fiel católico que predica y transmite el mensaje de su
milenaria institución. Hay otros, sin embargo, que son unos
desagradecidos, unos pésimos alumnos que aprovecharon las enseñanzas de sus
maestros para desviarse del camino. Sin lugar a dudas, el peor de todos es
aquel que, también en estilo breve y sencillo, sentenció: “Para lo que me queda
en el convento, me cago dentro”.
Evaristo Torres Olivas
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